Los comuneros

Trasladadas las cortes a la Coruña Carlos volvió a aceptar las exigencias de las ciudades y logró contri-buciones que le permitieron  procurar el imperio uni¬versal. De la corte nació la idea de hacer de Carlos cabeza de una monar¬quía católica universal. Así, solo, odiado y escar¬necido por el pueblo español fue pro-clamado emperador del mundo para arrancarle a España tri¬butos y a América sus ri¬que¬zas para saldar sus deudas. Los maquinadores de la teoría imperial decían que no podía ser considerado un rey igual a los otros, sino un rey excepcional, un auténtico rey de reyes, tanto por su genealogía cuanto por la ex¬tensión de sus territorios y la cantidad de sus súbditos. Agrega¬ban que Castilla cons¬tituía el centro de sus domi¬nios y llegaban a la conclusión de que para extirpar la herejía que afloraba en Alemania y so¬meter a los indígenas de América, Dios señalaba al hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso para ins¬taurar el imperio del mundo. Ideas eras¬mistas que compaginaban con la concepción de un trono ecumé¬nico. Tal era el estado de España al inicio de la con¬quista de América cuando Carlos se aprestaba a apo¬derarse del mundo.

Como las rentas no alcanzaban para hacer frente a la dilapi¬dación de la co¬rona, del clero y de una nobleza que tenia que repartir sus bienes entre nu¬merosos hijos legítimos, natu¬rales, bastardos y allega¬dos que vivían sin trabajar y dis¬ponían de sus propios séquitos, el rey nombraba inquisidores para que se apo¬de-raran de los bienes de los judíos, de los marranos y aun de los sospe¬chosos de here¬jía. A pesar de estos procedimientos expeditos, Carlos se veía obligado a recu¬rrir a contribuciones extraordinarias de las ciudades y a préstamos usurarios de los banqueros. Esto tenía necesariamente que levantar una ola de descontento, en Cas¬tilla , por el atraso feudal de esta región compa¬rada con una Europa que se orientaba hacia el capitalismo. Cataluña no experimentó entonces ninguna conmoción interna, y se manifestó reacia a prestar apoyo al levantamiento. Lo mismo sucedió en el resto de Aragón, con excepción de Va¬lencia y Ma-llorca. La insurrección se inicio en el Cabildo de Toledo cuando los comuneros se opucieron al avasallamiento de los fueros comuna¬les, agitando inicialmente la reivindicación de la monarquía na¬cional. Al levantamiento se plegaron al comienzo los nobles castella¬nos, que se man¬tenían fieles a la tradición nacionalista de los Reyes Católicos, y la mayoría del clero en oposición a los altos dignatarios de la Iglesia. El pueblo español empuñó las armas, imbuido de un fuerte sentimiento naciona¬lista, para defenderse de un rey extranjero y sus conseje¬ros y prestamistas también extranjeros, que saqueaban las riquezas de España y las Indias y acariciaban la idea de unir el cristianismo con la centralización del po¬der y del dinero. Con el incendio de Medina del Campo se intensificó el movimiento y se extendió a otras regio¬nes de la península. Hacia 1520 el movimiento parecía avanzar resuel¬tamente pero siguió un breve pe¬ríodo de anarquía. La nobleza ya unida intrigó activamente para provocar conflictos entre las ciudades y re¬giones e introducir el desaliento en los comuneros. La situación se había agravado al ex¬tremo de que, mientras el papa declaraba a Acuña el se¬gundo Lutero, el pueblo de Toledo lo llevaba en andas hasta la catedral y lo ungía obispo. Tampoco bastó la victoria que los guerrilleros de Padilla ob¬tuvieron en Torrelobatión: las fuerzas realistas, reor¬ganizadas y dirigidas por la flor de la nobleza caste¬llana, los derrotaron en Villalar en 1521. En las condiciones de la Es¬paña del siglo XVI esas luchas ex¬presaban espontáneamente el desa¬rrollo bur¬gués en proceso de maduración en Europa occidental, pero carecían de una ideología que las interpretara y les iluminara el camino al poder.

Las primeras manifestaciones del renacimiento en España siguen dos caminos diferen¬tes. Uno, represen¬tado tanto por españoles como por italianos, acepta el nuevo estilo en lo decorativo y lo estruc-tural;  otro, limitándose a la imitación de los motivos decora¬tivos lombardos, prolonga la estética del gótico de fines del siglo XV.  Su carácter  hí¬brido alcanzará modalidades originales dependientes en mayor grado de las constantes hispánicas. Tendencias sólo superadas cuando arquitectos españoles, par¬tiendo de mo¬delos italianos, logren soluciones que resuelven algunos de los problemas planteados por la arquitec¬tura europea.  Tambien se desarrollan,  a partir del plateresco, es¬quemas de composición clásica y sentido decorativo evoluciona desde el plateresco ma¬duro,  hasta reducir el ornato al mero uso del or¬den arquitectónico.  La tradición ar¬quitectónica de los edificios religiosos, revoluciona la tipología civil y fija el tipo de pa¬lacio español, que perdurará hasta el siglo XVIII.  Se crea la bóveda vaída,  la mas original del siglo XVI español, se formulan nuevos esquemas para las iglesias,  y se da paso al manierismo serliano, de origen eurdito y libresco,  que pervivirá durante la segunda mi¬tad del siglo, tanto en Andalucía como en Castilla la Nueva. Este manie¬rismo se centrará paulatina¬mente, entrado ya el XVII, en el juego atrevido de composi¬ciones espaciales y esquemas planimétri¬cos.

El Emperador

Por esos mismos días de Villalar, Carlos V convocaba la dieta de Worms que proscri¬bió de la Iglesia a Martín Lutero, y este iniciaba su rebelión contra el pa¬pado y el impe¬rio. España se congeló en el em-pobrecimiento y la decadencia social. Las ciudades per¬dieron sus fueros y los cargos, antes electivos, se vendieron públicamente o se otorga¬ron por el monarca. Se cerro el  ingreso a los gre¬mios a moros, ju¬díos y marranos. Un millón de moros, en su mayoría dedicados a la tejeduría y a la agricultura, abando¬naron la península en menos de un siglo y se puede presumir que muchos vinieron clandesti¬namentea America. Los campesinos endeudados abandonaban las tierras o se los arrojo de ellas. La pequeña no¬bleza se empobreció rápidamente y emigró a Amé¬rica. El lati¬fundio se extendió y, afectada la produc¬ción nacional, el mercado interno pasó a depen¬der del exterior. Expulsados judíos y moros, mermadas la agricultura y la manufactura, la conquista de América, a la vez que traía riquezas al rey, a su nobleza cortesana y a sus usureros, prolongaba un feudalismo pa¬rasitario que mataba al capita¬lismo naciente en la península, al tiempo que en América los descubridores y conquis¬tadores seguían formando el soñado reino universal cris¬tiano. Juan Díaz de Solís en¬traba en el Río de la Plata en 1516, Hernán Cortés con¬quis¬taba México en 1521 y Juan Sebastián Elcano, completando el viaje de Magallanes, daba por pri¬mera vez la vuelta al mundo el mismo año. Gonzalo Jiménez de Quesada, el alemán Nicolas de Feder¬man y Sebastián de Belalcazar llegaban a la Sabana de Bogotá en 1538, habiendo fundado este úl¬timo varias ciudades, entre ellas Santiago de Cali en 1536.

 

Las esperanzas puestas por la burguesía española en el viaje de Colón se perdie¬ron con su descu-brimiento. Los metales y piedras preciosas saqueados a los Aztecas y  los Incas se derramarían por los países manufactureros de Europa a através de España. Con ellos los comerciantes europeos acre¬centaron sus com¬pras de especias, sedas, porcelanas y otros artículos de lujo del Ex¬tremo Oriente, de modo que el tráfico entre Europa y América contribuyó a intensifi¬car el tráfico entre Eu¬ropa y el Oriente Asiático. Se dio un formidable impulso a la economía mercantil y se estimulo su paso al capitalismo en las co¬marcas europeas pre¬paradas para emplear metales y piedras preciosas como medios de circulación y me¬dida de su de¬sarrollo, y Francia costeo gran parte de su guerra contra España con el oro que le lle¬gaba de alli. Esta, con su econo-mía en decadencia, se hizo el paraíso de la usura. El enorme costo del aparato burocrático-militar del Imperio oca¬sionó la falta de moneda y la parálisis del comercio nacional, no obs¬tante los metales preciosos del Nuevo Mundo.

Carlos V, dejando atrás el exterminio de hebreos o musulmanes y la masacre de los comuneros, comenzó a comprender sus deberes para con una España que había perdido su destino histórico, y puso a los revolucionarios ante la disyuntiva de América o la horca, obligándolos a abandonar a España y a renunciar a luchar por su transfor¬mación interna. Así, dejaban de ser revolucionarios españoles para em¬prender en el Nuevo Mundo la más extraordinaria de las aventuras, como lo advirtió Cervantes al llamar a América “refugio y amparo de los desesperados de España”   Carlos, con su expansión impe¬rial, en¬grandeció a España y la hizo dueña de gran parte del mundo pero postergó su progreso por varios siglos. La nobleza feudal se sometió a la corona con el fin de aplastar a los comuneros pero no necesitó transar con la burguesía, ni dedicarse a la producción mercan¬til como sucedió en Alema¬nia, Francia e Inglaterra, pues su victoria fue más rotunda. Le bastó usufructuar las rentas de América y los monopolios que la corona le entregaba y, que ella, a su vez, traspasaba lucrando a los proveedores y pres¬tamistas extranje¬ros, al tiempo que desviaba hacia aca una peligrosa muchedum¬bre de hidalgos empobrecidos, campe¬si¬nos sin tierras y artesanos sin trabajo, cuyo fermento revolucionario se disolvería en la ilusión de su conquista.

El oro y plata del Nuevo Mundo originaron el alza de los precios de los alimen¬tos, materias primas y manufacturas, beneficiando a los países exportadores a costa de los que importaban todo o casi todo lo consumían, como España, que quedó reducida a la condición de consumidor-importador. A partir de 1496 los talleres ingleses, franceses, italianos, holandeses y alemanes reemplazaron los des¬truidos o abandonados de Segovia, Toledo, Valladolid, Barcelona, Valencia y otras ciudades, en el abas¬teci¬miento interno. La familia real y los grandes señores dieron el ejemplo al proveerse en el extranjero e introducir modas extrañas. Al ensancharse considerable¬mente el mercado español con la incorporación de los con¬sumidores americanos, se agravó al máximo la dependencia económico-fi¬nanciera de la metrópoli con respecto a las manufacturas de Europa Occidental. Cuanto mayores eran las riquezas extraídas de los dominios, mayores eran el abatimiento de la economía peninsular y su subor¬dina¬ción a economías en desarrollo. En el siglo XVI la producción textil daba la medida del desarrollo económico de cada región de Europa occidental. Mientras en Inglaterra y Francia se iniciaba la legisla¬ción protectora de la manu¬fac¬tura nacional, Carlos V no sólo permitió la im¬portación de sedas extranjeras sino que en 1546 au¬mentó en tal forma las tarifas para la exportación de seda cruda y géneros manufacturados desde Granada a Castilla y a los países extranjeros, que la seda cruda pudo entonces obtenerse más barata por los co¬merciantes genoveses que por los propios españoles.

Los banqueros alemanes

Los monopolios, el mercado único, las persecuciones al comercio de las colonias con países extranjeros y el aislamiento político e ideológico, prolongaron la dependencia, e inspiraron la Casa de la Contrata¬ción y el monopolio de Castilla. Después de expulsar a judíos y moros y de ahogar las manufacturas y el comercio pe¬ninsular, y considerandose dueños absolutos del Nuevo Mundo, los castellanos se declara¬ron únicos usufructuarios de América por interme¬dio de la corona, lo que fue el mejor negocio para los usureros de otros países y una empresa ruinosa para Es¬paña. La monarquía más poderosa del universo, brazo derecho de la Iglesia y re¬fugio de príncipes y señores, tuvo que mendigar dinero a oscu¬ros presta¬mistas y estafar a sus súbditos con adulteraciones de la moneda.

La disolución del feudalismo se intensifico en el XVI debido a la abundancia de metales y espe¬cies traídos de América y Asia, y al auge del comercio. El desarrollo de este capitalismo incipiente fue al margen de las relaciones de clase y las formas productivas imperantes pero penetro en ellas y provoco la crisis de toda la sociedad. América, el camino a la India por el cabo de la Buena Es¬peranza y las con¬quistas turcas de Egipto, Siria, Asia Menor, Constantinopla y el este europeo, hicieron perder a Vene¬cia, Génova y Barcelona la hegemonía del comercio del Viejo Mundo, al tiempo que Ulm, Ratisbona, Linz, Passau y Viena, vinculadas al tra¬fico por el Danubio, languidecieron. Al desplazarse el co¬mercio, los mercaderes sudale¬manes, que antes operaban a través de Venecia, Génova o Barcelona, volvieron sus mi¬radas a Sevilla y Lisboa. Pero la carencia de una fuerte burguesía comercial propia y los monopolios acordados por la corona hicieron que el centro mercantil del continente se estableciera en Amberes, con¬virtiendo a esta ciudad flamenca en la capital comercial del imperio de Carlos V.

Alli confluían las grandes corrientes comerciales del Mediterráneo, del Báltico y del Atlántico. Sede de los mejores impresores del mundo, refugio de judíos y marranos expulsados de Es¬paña y Portu¬gal, cátedra del humanismo erasmita y campo de batalla de católicos, luteranos y calvinis¬tas, era, ade¬más, el principal mercado de las especias reexpedidas desde Lisboa, por intermedio de los comerciantes alemanes que compraban los monopolios a los favoritos del rey de Portugal, y el puerto de ex¬portación al norte de los paños que Inglaterra comenzó a producir en vasta escala. Amberes había reemplazado a Venecia en la venta de la plata y el cobre de las minas del Tirol; las lanas y telas de Valenciennes y Tournai, los tapices de Bruselas y Aude¬narde, el hierro de Namur, las municiones de Lieja, y los pro¬ductos de su propia indus¬tria se comerciaban en esta ciudad cosmopolita administrada por una burguesía mercan¬til que supo utilizar para sus propios fines a la monarquía borgoñesa y luego a los Habsburgo. Su Bolsa centralizaba los cambios monetarios de Europa y los giros sobre ella constituían una de las formas co¬rrientes de los pagos y cobros internacionales. Las operaciones de crédito alcanzaron el mayor volumen del continente, merced a la inter-vención de los banqueros alemanes e italianos que se traslada¬ron a Amberes, y a las demandas de dinero de los príncipes, obligados a suscribir empréstitos para hacer frente a las necesidades de una economía en creciente mercantilización.

Los banqueros alemanes que actuaban en la ciudad flamenca formaban dinastías financieras que movían la política europea, de la que eran simples títeres las casas reinantes. No se limita¬ron a prestar dinero a Carlos V; también co¬merciaron con América, poniendo en movimiento su red de sucursales y agentes distribuidos por Europa. Al autorizarles ese tráfico no violaba el empe¬rador la palabra empeñada de excluir de la Casa de Contratación y del comercio con el Nuevo Mundo a quie¬nes no fuesen castella¬nos, pues se refería el compromiso a los oriun¬dos de otros lugares de España y no a los banqueros más importantes de Europa. En la Casa de la Contratación tenían los banqueros alema¬nes sus almacenes y la sede de sus barcos, que incorporaban a las expediciones españo¬las. En 1522 se autorizó a los Fugger a inter¬venir en el comercio de especiería con las Molucas, iniciado a través del estrecho de Magallanes, y en 1525 se equiparó a los Welser con los comerciantes castellanos, autorizados a traficar con América, lo que les hizo posible abrir factorías en Sevilla y Santo Domingo y realizar opera¬ciones mercantiles.

Por intermedio del Consejo de Indias, organizado definitivamente en 1524 para atender los asun¬tos relacionados con el Nuevo Mundo, Carlos V cumplía directamente los compro¬misos con sus acree¬dores. Sus agentes se agregaban a cuanta expedición partía de España, o de los lugares ya descubiertos de América, en busca de nuevas riquezas. Los Welser obtuvieron en 1527 una concesión desde la costa de Maracapana hasta el Cabo de la Vela en la Guajira, con el título de adelan¬tados y el derecho a desig¬nar herederos. Los Fugger lograron en 1531 un acuerdo con la co¬rona, por el cual se comprometían a conquistar la parte sur del conti-nente, que les otor¬gaba el gobierno de todo lo que descubrieran durante ocho años desde el estrecho de Magallanes hasta el Perú, contando 200 leguas hacia el inte¬rior partiendo de la costa del Pacífico e incluyendo las islas. Antón Fugger recibió el tí¬tulo de Adelantado a perpetui¬dad y la posesión de la quinta parte de las tierras y el patro¬nato eclesiástico. Suramérica quedaba asi re¬partida entre las dos casas alemanas, pero éstas fracasaron en sus pro¬yectos de explotación debido a su incapacidad para asimilar a los indios a un sistema colonial y a la re¬sistencia de los con¬quistadores espa¬ñoles a ser suplantados en una empresa para la cual estaban mejor do¬tados.

Pero pese a que el poder de los Habsburgo había sido hasta entonces el más se¬guro respaldo de las operaciones financieras de los Fugger en Europa, en América so¬lamente les ofrecía garantías incier¬tas porque los conquistadores españoles se conside¬raban con títulos propios para actuar y disponer del continente, y más de una vez de¬mostraron que estaban dispuestos a defender sus derechos sobre tierras e indios. Es se¬guro que el desembarco de los Fugger en el Río de la Plata, Chile o Perú hubiese de¬senca¬denado un conflicto de mayores proporciones que el provocado por los Welser en Venezuela. Asi, la ex¬plotación de América por medio de la conquista directa les quedo vedada a los más poderosos banqueros de Europa.

Carlos V traspasó a los Fugger la propiedad de minas españolas y el arriendo de maestrazgos, ampliando su monopolio europeo y dandoles una de las llaves funda¬mentales de la economía colonial española, pues las minas de Almadén producían el mer¬curio, indispensable para la amalgama de la plata. También la rica mina de Guadal¬canal fue entregada a los Fugger y, con el canon que pagaron, Felipe II construyó El Escorial. Hacia 1550, los banqueros alemanes abandonaron  la explota¬ción de las minas de Almadén por haberse quemado las instalaciones, pero en 1562 volvieron a hacerse cargo pues aumentó la demanda de mercurio para una nueva amalgama que hizo posible la ex¬plotación más intensa de las minas. Previamente el gobierno español declaró monopolio de Estado el comercio del mercurio, lo que equi¬valía a otor¬gárselo a sus antiguos prestamistas. Desde entonces los depósitos de la Casa de la Con¬tratación se utilizaron, casi exclusivamente, para el almacenaje del mercu¬rio desti¬nado a América. En 1550, al retirarse de la península las otras casas alemanas, los Fu¬gger que¬daron amos absolutos del mer¬cado financiero español.

Los Fugger representaban el verdadero poder tras el trono, compartido por los grandes señores castellanos y los altos dignatarios eclesiásticos. La aversión de Carlos a la manufactura nacional se ex-presaba en el odio y las persecuciones a judíos y moros. Los préstamos que lo ayudaron a reprimir las sublevaciones de los comuneros españo¬les y de los campesinos alemanes y a combatir a los luteranos siguieron manteniendo los tronos de los tres Felipes que le sucedieron. Las riquesas de las colonias his-panoamericanas, que aparentemente tributaban a la corona de Castilla, se distribuyeron por Europa, a través de la  organización de los Fugger, para engrosar el patrimonio del capita¬lismo naciente y estimu¬lar la manufactura y el comercio, mientras en España la grandeza artificial de los nobles, la miseria  del pueblo y las industrias decadentes tenían que conformarse con el honor no remunerado de la con¬quista del Nuevo Mundo.

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Benjamin Barney Caldas

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.