LAS FORMAS DE SU ARQUITECTURA DESDE 1536 AL PRESENTE:
SUS CIRCUNSTANCIAS, MODELOS, ILUSIONES Y REALIDADES
LOS OBJETIVOS Y SU JUSTIFICACIÓN
El hombre experimenta toda clase de necesidades de actividad intelectual además de la necesidad de conocer.
Jean-François Revel
La tesis busca tres objetivos generales: un modelo teórico, con el cual reflexionar sobre nuestra ciudad, contribuir a la historia de su arquitectura y, por último, explicar nuestra proyectación arquitectónica. Y dos objetivos específicos: el análisis de la bibliografía existente sobre la Cali, y la elaboración de las monografías sobre los edificios existentes más significativos de cada uno de los momentos en los que la ciudad cambió de imagen. Así, la arquitectura se convierte en una importante ayuda para la historia. Mientras continuemos desconociendo nuestro propio proceso urbano y arquitectónico, difícilmente podremos comenzar a encontrar expresiones urbanas y arquitectónicas acertadas. Así, el trabajo propuesto será de gran ayuda para ello, y para la enseñanza de la arquitectura y de la historia de la arquitectura. Como dice Jane Jacobs, entre los muchos cambios revolucionarios de este siglo, quizá los que más han calado sean los cambios en los métodos que utilizamos para escudriñar el mundo.
En nuestro medio, la enseñanza de la historia de la arquitectura presenta dificultades insalvables. La gran mayoría de los edificios y de las ciudades que hay que estudiar, están demasiado lejos en distancia, tiempo y dinero. Prácticamente la casi totalidad de los estudiantes de arquitectura no las pueden conocer directamente (y buena parte de los profesores tampoco, incluyendo los de historia de la arquitectura) por lo que a pesar de que la historia de los edificios, como la historia del arte, se hace enfrente de los mismos, como lo anota Argan, aquí la hacemos como si ya no existieran. Cosa similar sucede con los libros y las revistas cuyos altos costos los hacen prohibitivos para los estudiantes y para muchos profesores, e incluso ahora para las bibliotecas mismas. Por lo demás, estos libros son traducciones que aparecen varios años después de su publicación y que muchisimos estudiantes y no pocos profesores no están en capacidad de leer en sus idiomas originales, que de todas maneras no se consiguen aquí .
En la actualidad se están consolidando en el mundo muchas ideas sobre lo regional, ya planteadas, desde finales de los 30, por Mumford. “Al conceder gran importancia al suelo, al lugar, al clima y a la región circundante, –escribió– Wright se adelantaba no sólo a sus contemporáneos eclécticos, sino también a los intérpretes metropolitanos de lo “moderno” que siguieron sus pasos casi una generación después.” Mumford, en la cresta de la gestación de lo que sería la arquitectura y la ciudad moderna, intuyó el significado que tendría la región. Intuición enmarcada en el debate siempre presente en la cultura moderna entre lo local y lo universal, y sólo retomada recientemente para identificar aquellas escuelas arquitectónicas cuyo propósito ha sido representar y servir, con sentido crítico, a las regiones en que están asentadas. “Pluralista” es el término empleado por Norberg-Schultz para señalar esta característica común a las arquitecturas en el mundo en las últimas décadas:
El propósito esencial del pluralismo es lograr la caracterización individual de edificios y lugares. Este propósito surge de una reacción contra cierta rigidez de carácter de comienzos del Funcionalismo y, al mismo tiempo, del deseo de tener en cuenta las diferencias de carácter regional. Este no concierne sólo a los factores geográficos, sino que también implica cierto modo de vida y un particular sustrato histórico y cultural.
Para que surja esta expresión regional crítica no ha sido suficiente la prosperidad sino también el deseo de una identidad, y depende, por definición, de la conexión entre la conciencia política de una sociedad y la practica de la arquitectura. “Regionalismo” y “tradición” pasan a ser nociones indesligables cuando se entiende la arquitectura inscrita en una cultura, pues las tradiciones garantizan las continuidades históricas y seleccionan y valoran los símbolos. Si bien imponen ciertos límites, también abren posibilidades, por que transformar e innovar no implica negar la tradición sino todo lo contrario: exige asumirla. El conocimiento de la tradición prepara para superarla; únicamente se repite cuando no se asimila. Como dice José Lorite “Quizás sea esta la miseria fundamental en que puede caer la cultura.” Las tradiciones y los individuos creativos se necesitan mutuamente si quieren mantenerse actuantes. William Curtis muy lúcidamente ha señalado cómo los mejores arquitectos de este siglo están empapados de tradición. Lo que rechazaron no fue tanto la historia per se, sino su reutilización fácil y superficial. El pasado se heredaba pero se comprendía de un modo nuevo.
Desde principios del Movimiento Moderno, tradición y renovación, lo particular y lo universal, fueron cuestiones asumidas (Asplund, Wrigtht, Terragni, Libera), pero sólo en los años 50 algunos arquitectos (Rogers, Aalto, Tavora, Utzon, y algunos japoneses y brasileños) comenzaron a preocuparse en diversas partes del mundo por el lugar, la tradición y el paisaje, buscando una síntesis entre lo moderno y lo tradicional, mediante la confrontación del edificio con su lugar de implantación. Las preexistencias, las formas de vida, las técnicas y materiales disponibles, las tradiciones, la historia regional, la memoria colectiva, las imágenes urbanas, son entonces premisas de tipo cultural que se anteponen al tecnicismo “neutro” del Estilo Internacional, liberándose al tiempo de su fetichización. Se dignifican y valoran los elementos formales, técnicos y organizativos de la arquitectura local, en su relación con la cultura, como parte de una contraposición entre lo regional y lo universal. El paisaje, natural o urbano, no sólo se lo ve en términos de vistas y visuales, como es comprendido por la arquitectura moderna, sino que se lo considera como algo que las construcciones pueden calificar. Es el compromiso crítico con las circunstancias locales, antes que con un espacio universal y abstracto, y por lo tanto ajeno a la simple manipulación de formas “tradicionales”, lo que permitirá construir, desde las historias regionales, alternativas modernas que, al tiempo que reconocen y valorizan el patrimonio construido, alcanzan su propia autonomía. Kenneth Frampton, persuadido de esta actitud dice que:
Es necesario distinguir en principio, entre el regionalismo crítico y la evocación simplista de lo vernáculo sentimental o irónico. Me estoy refiriendo, por supuesto, a esa nostalgia por lo vernáculo que actualmente se está concibiendo como una vuelta tardía al ethos de una cultura popular; porque a menos que se haga esta distinción, terminaremos confundiendo la capacidad de resistencia del regionalismo con las tendencias demagógicas del populismo. Contrariamente al regionalismo, el objetivo primario del populismo es actuar como un signo comunicativo e instrumental.
Alexander Tzonis y Liane Lefaivre, por su parte, lo consideran como:
[E]l movimiento más original que ha surgido como una respuesta a los nuevos problemas causados por los desarrollos globales contemporáneos de los cuales es altamente crítico, y que la poética de este nuevo movimiento es en gran medida diferente sino antitética de otras técnicas arquitectónicas regionalistas del pasado. De hecho el inicio de esta nueva clase de regionalismo ha coincidido con la realización de la obsolescencia de percepciones tradicionalistas de las regiones como entidades estáticas cerradas que corresponden con grupos insulares, invariantes similares y el carácter gastado de maneras regionalistas tradicionales de expresión arquitectónica.
Hoy en día las alternativas más promisorias parten del reconocimiento y la valoración del patrimonio construido, como un proceso, creativo y dialéctico de tradición y modernidad, que evita la simple yuxtaposición de lo local y lo universal superando sus limitaciones respectivas en la búsqueda de una nueva totalidad. Trabajar con una voluntad moderna en la propia historia ha implicado asumirla no como una camisa de fuerza, sino como una renovación de los valores que lleva a nuevas posibilidades de concreción, y que permite enfrentar los problemas nuevos en un proceso continuo de transformación y desarrollo. Una búsqueda consciente y deliberada de recrear una identidad propia, en relación con un paisaje, un clima, una geología y una cultura concretos. Estas consideraciones fueron particularmente fructíferas en el caso de los mejores arquitectos colombianos ya desde finales de los 50 en lo que se llamó una “arquitectura de realidad” contraria a los postulados del Movimiento Moderno, que habían sido simplificados para justificar una arquitectura comercial con fines meramente especulativos.
Construcción y expresión, forma y significado, como una misma cosa, acompañaron la búsqueda de un lenguaje surgido de respuestas al paisaje, la luz, el entorno y la historia, utilizando materiales propios y buscando, a través de tipos y patrones locales -como idea misma de la arquitectura- un significado nuevo a la tradición, reinterpretándola con sentido poético, problematizándola y haciéndola partí¬ipe de una situación nueva sin caer en la imitación. Tal ha sido, por ejemplo, la búsqueda de Rogelio Salmona. Y, con anterioridad, de Luis Barragan, en Mexico, y de Hassan Fathy en Egipto, Geofrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquia y muchos otros en Marruecos y Egipto, Jakarta y Corea, y muchos otros lugares del llamado Tercer Mundo, como Bedmar & Shi y Kerry Hill en Singapore.
Noel Cruz, coincidiendo parcialmente con autores tan reconocidos como Aldo Rossi o Rafael Moneo, señala cómo lo más valioso del Patrimonio Arquitectónico de una región de la dimensión cultural que sea, son los tipos arquitectónicos que la caracterizan. Se da así el ejemplo de una arquitectura consciente de su papel en la cultura. Que construye sus relaciones con su territorio y que, al insertarse en un entorno informe, implica no sólo la recuperación de conceptos previos, enfrentando conservación y renovación y reconstruyendo las relaciones específicas entre la arquitectura y lo urbano, sino que, además, permite restablecer logros significativos frente al anonimato simbólico del Estilo Internacional. Que muestra, además, como es posible salir de lo casual y de la intuición al proyectar edificios y las ciudades.
Es en la ciudad en donde la arquitectura cumple, más que en otra circunstancia, la función de re-velar memorias, sitios y símbolos de manera concreta para conformar lugares con dimensión histórica. En ella se encuentran lo viejo y lo nuevo, la vanguardia y la tradición. La cultura y la historia son indesligables de lo urbano. La conquista de una identidad tiene entonces en la ciudad su horizonte. Hay que repensar la ciudad y su arquitectura, no como dos fenómenos aislados, sino como dos caras de un mismo asunto. Hay que repensar los edificios desde los lugares que construyen en la ciudad e inventar nuevas (viejas) ciudades que por razones geográficas y culturales, presentarán rasgos ineludiblemente locales. Por otro lado, sólo con una arquitectura que tenga como laboratorio la ciudad se puede construir una identidad, pues las relaciones con la historia y el lugar son en ella particularmente reveladoras y necesariamente a ellas se tiene que referir cualquier pretendida expresión cultural propia. Esta búsqueda tiene que ser social, técnica y culturalmente racional, evitando caer tanto en la ingenuidad tecnocrática del modelo moderno, que confía en la artisticidad de la espectacularidad técnica, como en un sentimentalismo regresivo. Esto implica una actitud crítica tanto del contexto en que se insertan los edificios, como de los modelos que asumen. También implica una construcción que se amolde a las tecnologías regionales, llevando la arquitectura tradicional regional a la fundamentalidad del tipo para conseguir una visión consciente y diferente de las formas arquitectónicas comunes, salvándolas de lo anodino y dotándolas de nuevos significados.
Es en este contexto que el estudio del patrimonio construido es básico, no sólo por ser nuestro pasado, sino por que explica la crisis actual de nuestra arquitectura y nuestras ciudades tradicionales, al permitir comprender los fenómenos, los procesos y el sentido de las tradiciones que confluyen en el presente. La importancia de la reflexión sobre el quehacer arquitectónico no sólo se debe a la necesidad de conocer el contexto histórico al que se encuentra referido, sino al reconocimiento de sus condicionantes y demandas. Como lo expresa Roberto Fernández:
Como no puede hacerse arquitectura sin teoría ni crítica, no puede hacerse arquitectura sin historia. Sin embargo estas presunciones están bien lejos de ser reconocidas. Valga el ejemplo de la feroz militancia ‘a-histórica’ del Movimiento Moderno, y su proyecto ideológico de fundar una práctica autónoma de la historia. Quizás la distancia que presenta la arquitectura como disciplina respecto de una conformación científica, estribe en esta ideologización (entendida como contracientificidad) apoyada en el rechazo o la ignorancia de lo histórico presentada como un valor en la modernidad. Compáreselo en cambio, con esta frase de un historiador de la ciencia, Dijksterbuies: ‘La historia de la ciencia constituye no sólo la memoria de la ciencia sino también su laboratorio epistemológico’; es decir ciencia e historia son elementos indisolubles desde el punto de vista epistémico. No me costaría nada decir ahora: La historia de la arquitectura debería constituir no sólo la memoria de la arquitectura sino también su laboratorio epistemológico. Y esta voluntad de verdad anclada en lo histórico no debería suponer, sin embargo, un apego a un excesivo respeto por la historia.
Conocer y valorar nuestras tradiciones nos permitirá actuar con una respuesta que considere tanto el fu-turo como el pasado, estableciendo una continuidad necesaria e ineludible. Hecho significativo en países que como el nuestro no han llegado a una síntesis cultural propia, particularmente en el campo de la arquitectura, dada su estrecha relación con la tradición y la memoria colectiva. Esta historia, que debe dar una teoría con la cual operar en la arquitectura actual, tiene que comenzar por la crítica de sus elementos más característicos: las imágenes y las conformaciones urbanas, los sistemas constructivos, y los modelos, tipos y patrones arquitectónicos. Sin embargo, hay que considerar que el regionalismo ha significado críticas y esperanzas de renovación, como actitudes regresivas e incluso autoritarias. Como dice Eduardo Subirats, “El regionalismo también es un fenómeno cultural profundamente ambivalente.”
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Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.