LAS FORMAS DE SU ARQUITECTURA DESDE 1536 AL PRESENTE:
SUS CIRCUNSTANCIAS, MODELOS, ILUSIONES Y REALIDADES
LA ARQUITECTURA DE LA CIUDAD
Santiago de Cali fue fundada en 1536 pero se puede afirmar que hoy apenas unas pocas décadas. La ciudad vieja, cuya larga tradición fue regada por el Eufrates, el Tigres y el Nilo, el Indo y el Hwang-Ho hace más de cinco milenios, está desapareciendo. Apenas le quedan algunas plazas y la mitad de sus monumentos, herederos lejanos del ágora y la acrópolis griegas y del foro y el coliseo romanos. La versión americana de las calles y plazuelas medioevales se ha visto reducida a unos pocos lugares de unos cuantos barrios. Aquí los palacios barrocos nunca existieron (solo ingenuos revívales tardíos de principios de siglo) y del renacimiento sólo quedó la racionalidad de la muy antigua traza ortogonal de Mileto, repetida en innumerables Castrum Romanos por toda Europa y escogida por los castellanos para las colonias de ultramar de su vasto y nuevo imperio. “Damero” usado previamente en las nuevas ciudades de la recién reconquistada Andalucía de donde nos tiene que llegar ese anacrónico mudejarismo de nuestro siglo XVIII, cuya Torre Mudéjar de San Francisco “viejo” de Cali insiste en establecer un puente con un pasado islámico que habría que tomar más en serio. Nada de grandes ejes barrocos ni tampoco bulevares Tercer Imperio. El neoclásico –si es que puede ser verdadero neoclásico– apenas alcanzó para remodelar los vanos de las casas de alto del marco de la plaza y para “etiquetar” la iglesia “nueva” de San Francisco pese a que es de influencia tardomanierista. Pero un siglo después la mentalidad republicana, ya avejentada, llega tarde a Cali. El neoclásico es reemplazado aquí por los revívales tardíos de cualquier estilo histórico incluyendo el “neoclásico” del frontón de la actual Catedral. Cali nuevamente se diseña en otra parte, directamente por arquitectos europeos o por intermedio de ingenieros del recién construido Ferrocarril del Pacifico que aplican aquí sus conocimientos y experiencias del viejo mundo. La ciudad se llena con los edificios con los que hasta hace poco la identificábamos y que reemplazaron las sencillas casonas coloniales del siglo pasado. Se crean nuevos espacios públicos como el paseo Bolívar, y, con el ánimo de borrar todo lo Español, se le cambia la cara a la plaza de la Constitución, antigua plaza Mayor, a la que previamente se le había cambiado el nombre, que es remplazada por un parque a la manera inglesa primero y a algo parecido a la manera francesa después. El resto pasa con rapidez: el primer modernismo, cargado de influencias Art-Deco, sustituye con sus edificios altos las casas que aún quedaban en la plaza ahora llamada Parque de Caicedo. Después viene, en los años 40 y 50, el español californiano que aún la nostalgia con la moda de moda otra vez generada afuera, y que sería el primer “guatavitismo” que habría de sufrir la ciudad. Esta versión moderna de lo colonial fue importada, junto con el cine norteamericano, y reemplazo aqui el neocolonial, característico de otras ciudades hispanoamericanas de esta época, puesto en circulación en la Feria Universal de Sevilla de 1932, en la que se promovió el reencuentro de la Madre Patria con sus antiguas colonias. El moderno –de lo mejor que se hace en el país en los 50 y 60– afecta principalmente los nuevos barrios que circundan el casco antiguo y pese a tener tan poco que ver con lo de aquí, aparte de su respuesta al clima, es aceptado sin fórmula de juicio y la destrucción de la Cali tradicional se hace incontenible. En 20 años se suceden la arquitectura comercial de los 70 y el postmodernismo de los 80, prestado de las revistas y de Bogotá, y hoy de penúltima moda pues ya llega el deconstructivismo. Al casco antiguo, cercenado por absurdas ampliaciones viales, se sobrepone un nuevo “centro” de “torres” de oficinas y vivienda, que no tienen la poesía de las de San Giminiano y Bologna sino apenas su soberbia. La ciudad explota: se trasladan a sus suburbios funciones –y formas– que tradicionalmente estaban en el centro. El centro mismo desborda el casco antiguo a lo largo de la avenida sexta y de la calle quinta. Al tiempo que se demuelen manzanas enteras en el centro, se “urbaniza” el campo que antes lo rodeaba.
A finales del siglo Cali se está convirtiendo en ejemplo de lo que serán las ciudades colombianas: pobladas regiones sin centros antiguos y conformadas por suburbios de “unidades de vivienda” y “centros de servicios” unidos entre sí por vías y servicios públicos, en los que se planifica la infraestructura detrás de los inversionistas privados pero no se modela la ciudad. Por supuesto hay inquietud por la pérdida progresiva de identidad pero los pocos arquitectos que están construyendo esta nueva ciudad están demasiado ocupados para preocuparse de estas co¬as. En las facultades de arquitectura, por su parte, los “chovinistas” creen que lo importante para una arquitectura y una ciudad “propias” es “de dónde” se tomen las formas; y los “conservacionistas” quieren sacar de circulación el patrimonio construido sobreviviente para “momificarlo”. Se ignora que solamente se encuentran expresiones acertadas a partir de responder a los cambios funcionales, lograr un verdadero desarrollo de las técnicas constructivas e, inevitablemente, asimilar las formas internacionales del arte y la arquitectura. Por lo contrario, se continúan buscando formas supuestamente regionales consideradas, muy a la ligera, “propias” y rechazando, por “foránea”, toda posible influencia cultural no “local”.
UNA HIPOTESIS
En mejores circunstancias se levantará una nueva ciudad con el nombre del Libertador Bolívar, que será la capital de la República de Colombia. Su plan y situación serán determinados por el congreso, bajo el principio de proporcionarla a las necesidades de su vasto territorio y a la grandeza a que este país está llamado por la naturaleza.
Congreso de Cúcuta de 1821
El Congreso de Cúcuta escogió a Santafé de Bogotá como capital provisional de Colombia. La nueva capital prevista no se levantó jamás pues nunca las circunstancias fueron adecuadas, pero los liberales, nuevamente en el gobierno después de la guerra de l860-l862, consideraron el traslado de la capital a Panamá.
La capital utópica de Hispanoamérica (las imaginadas “Colombo” de Miranda, “Las Casas” de Bolívar, o, la “Argirópolis” de Sarmiento) se concretaría un siglo largo después, y paradójicamente, en la Brasilia de Kubitschek, en donde sí creyeron (y creen) en la grandeza a que el Brasil está llamado por la naturaleza. En nuestro país nos tendríamos que contentar, con la excepción de Uribia, en la Guajira, con cambiar la imagen de las nuevas capitales en la medida en que sus circunstancias lo permitieron y en que el vasto territorio se subdividió entre otras cosas para satisfacer la demanda de “capitales” como es claro ejemplo el antiguo Departamento de Caldas y por supuesto el Gran Cauca.
Las circunstancias fueron inmejorables en Cali en 1910 cuando la pequeña ciudad logró ser escogida como capital del recién creado Departamento del Valle del Cauca, alcanzando poco después el mayor auge demográfico y económico, proporcionalmente, de su historia. Pero su situación ya estaba determinada por la de Santiago de Cali (denominación que terminará por ser casi lo único –con lo que queda del paisaje– que la ciudad conserva de su pasado colonial) y sólo se ha podido determinar su “plan” bajo el “principio” de las “necesidades” del mercado de la construcción y de la especulación con el suelo urbano. Como lo dijo Benedetto Croce, la historia siempre es historia contemporánea.
Arquitectos e ingenieros profesionales, estos sobre todo al principio, fueron los encargados de proporcionar las imágenes de la nueva capital: “republicana”, primero, “moderna” después, y hasta “postmoderna” ahora. Antes había sido fugazmente “neoclásica” y sobre todo “mudéjar”, explendorosa y anacrónicamente mudejar en la segunda mitad del siglo XVIII. De sus primeros dos siglos sólo podemos barruntar a medias su imagen. Pobre Cali, su singularidad es construir no la ciudad sino lograr la “imagen” de la “capital” de turno y “borrar” la imagen anterior. La imagen de “capital de departamento” de los años 20 a los 50, que reemplaza la imagen de la “capital mudéjar” de las reformas Borbónicas; la “capital deportiva de América” de los 60 a los 80, que reemplaza la de la “Cali que se fue” de la primera mitad del siglo; y la “narcocapital” de los 90 en la que ya casi no queda nada de verdad de antes ni se hace casi nada de verdad ahora. De tanto “borrar” en este palimpsesto urbano ha resultado una ciudad cuya imagen esta siempre en destrucción y como sin pasado. Una ciudad sin historia y por lo tanto sin arte; y lo contrario. Por eso tal vez, como dice la Negra Nieves, “Si Cali fuera bonita sería divina.” La mayoría de los caleños lo han soportado alegremente y casi sin darse cuenta muy ocupados como lo están con la “salsa” y el fútbol, pero unos pocos, sorprendidos y con dolor, han asistido al reciente espectáculo. Otros, más pocos aun, entienden la arquitectura ligada a la ciudad y su región, y ésta a la visión crítica de su historia y a la historia crítica de su arquitectura. Es decir, buscan una alternativa a esa arquitectura, a esa imagen y a esa ciudad. Imagen con la que se ha convivido tranquilamente pues como lo advierte Konrad Lorenz, estamos tan acostumbrados a la propaganda que hemos desarrollado una peligrosa tolerancia para con las promesas vacías y otras formas institucionalizadas de la mentira.
Como consecuencia de esta situación, común en nuestros países, los edificios tradicionales, e incluso los más recientes, son demolidos sin ninguna consideración y nuestras ciudades históricas desaparecen rápidamente, arrastrando de paso la memoria urbana (parte de nuestra historia) sin que arquitectos ni historiadores se den por enterados. Junto con el resto de los “ciudadanos” somos víctimas no sólo de estas pérdidas sino del engendro desconocido y peligroso con el que se está remplazando a las ciudades. Por su parte, nuestra arquitectura, en la total imposibilidad de crear la moda, se limita a seguirla cuando muchas veces ya ni siquiera está de moda. Esta situación se des-borda en la improvisación y en la copia mala de lo “visto”, que no comprendido, en las pocas revistas que llegan hasta aquí. Hacer la moda es ser vanguardia pero seguir las vanguardias sin formula de juicio no pasa de ser estar a la moda. Por otro lado, la dificultad de conocer la historia de la arquitectura occidental en sus “fuentes” nos dificulta, a su vez, la historia de nuestra arquitectura al no contar tampoco con las herramientas necesarias para poder ver, en los edificios y en las ciudades que todavía tenemos enfrente, fuentes de primerísima mano para hacer nuestra historia.
Esta tesis recorre el mismo camino de las historias del desarrollo económico, social y urbano de nuestras ciudades, pero justamente en sentido contrario: desde los edificios y espacios urbanos que “están” hoy aquí, y desde la cultura que los construyo y la que hoy los usa. Ojalá se encuentre con esas otras historias o, al menos, que se puedan ver de un lado al otro de la ciudad. Para estas, la ciudad es resultado de sucesos económicos, sociales y políticos; pero también se puede mirar la ciudad como el lugar físico y cultural de esos sucesos. Un escenario que, a su vez, en algo los tendrá que condicionar y en el que sus construcciones juegan un revelador papel, pues sus formas, como en el caso de Cali, y ésta es su singularidad, son impuestas o adoptadas de otras épocas y lugares. Hay que preguntarse con José Luis Romero, cuál es el papel que las ciudades han cumplido en el proceso histórico latinoamericano. Pero también hay que preguntarse por el papel que ha desempeñado la arquitectura en estas ciudades.
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Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.