LA FUNDACIÓN

La ya larga historia de las imágenes construidas de Santiago de Cali se inicia en 1536 cuando el fundador, Sebastián de Belalcázar o Benalcázar   (o el Capitán Miguel Muñoz y en 1537, como sostiene Jaques Aprile-Gniset)  siguiendo las Instrucciones para poblar y  fundar  del Capitán Bernardo Vargas Machuca, u otras similares:

Hará hincar una cruz, que para ello tendrá elegida para la iglesia, la cual plantará el sacer¬ revestido y al pie de ella se hará un altar y dirá su misa, asistiendo a ella todos los soldados con toda la devoción y solemnidad para demostración de los naturales y moverles sus corazones, y haciendo muchas salvas con la arcabucería, regocijando este día con trompetas y cajas. Y el sacerdote dará la advocación a la iglesia, juntamente con el caudillo.

La tradición dice que la primera misa fue celebrada el 25 de julio de 1536 en la capilla pajiza del convento de los Mercedarios (?)  por Fray Santos de Añasco, miembro de esta comunidad, pero, como se vera, esto no fue posible.

En la región no existían ciudades entendidas como centros desarrollados que subordinaran las tierras de cultivos y las prácticas agrícolas, ni cuya concentración demográfica permitiera una existencia económica propia. La conquista de América, resultado de la expansión europea del siglo XVI, se realiza por medio de incursiones militares que van constituyendo a su paso asentamientos de población desde los cuales se irradia la domi¬nación de territorios y la utilización de mano de obra aborigen. En ellos se esta¬blecieron funciones políticas, militares, religiosas y sociales que requerían determinadas confor¬maciones urbanas y espacios arquitectónicos propios, característicos del proceso colo¬nizador. A la par con las ca¬pitulaciones, los repartimientos y las encomiendas, estos asentamientos estimulaban a los conquistado¬res y constituían bases estables para irradiar desde allí el control tributario de la Corona Espa¬ñola.   Como dice la real cédula expedida por Fernando de Aragón en Valladolid:

[Para que] nuestros vasallos se alienten al descubrimiento y población de las Indias […] es nuestra voluntad que se puedan repartir y se repartan casas, solares, tierras, caballerías y peonías a todos los que fueran a poblar tierras nuevas […] y habiendo hecho en ellas moradas y labor, y residido […] cuatro años, les concedemos la facultad para que de allí en adelante puedan vender y hacer de ellos a su voluntad […] como cosa suya propia.

Los primeros pasos previos a la fundación han descritos minuciosamente Édgar Vásquez.  La co¬rriente conquista¬dora que funda a Cali se inicia cuando Belalcázar es enviado por Piza¬rro a someter a Rumiñahui. A su vez Belalcázar envía a Pedro de Añasco, y más tarde a Juan de Ampudia, a dominar los quillacingas y los pastos. La penetración continúa ha¬cia el Valle del Patía, pasa al Valle de Pubén, y, por las faldas de la Cordillera Occiden¬tal y la orilla izquierda del Río Cauca, llega a la región de los timbas y, avanzando en¬tre el río Claro y el río Jamundí, se encuentra con los jamundíes que oponen resistencia, pero son ven¬cidos y saqueados. Ampudia levanta un fuerte cerca de la desembocadura del Jamundí en el Cauca, que más tarde traslada, siguiendo el río, a un lugar menos alejado de la cordillera, donde reorganizo el cuartel general, eligió alcaldes y regidores, y re¬partió solares entre la soldadesca. Aquí, en Villa de Am¬pudia, es recibido Belalcázar, quien reubicó la expedición en el Valle del Lilí, al occidente de la Villa de Ampudia, y envío a Ladrilleros a explorar una salida al Mar del Sur. Este, aunque no pudo fran¬quear la difícil to¬pografía, logró formarse una idea clara del rumbo y distancia del mar. Mas tarde Andagoya funda el puerto de San Juan de la Buena Ventura, penetra la cordi¬llera y llega a Cali en 1540.

La orientación geográfica general era clara para los conquistadores. El mismo Pi¬zarro así lo de-mostró cuando señaló la jurisdicción original de Cali: “veinticinco leguas por la vía a Anserma; por la parte del mar hasta la lengua de agua; por tierra adentro ha¬cia Buga, treinta leguas; y hacia Popayán hasta el pueblo de Jamundí”.

EL ACCESO AL MAR

La fundación de Cali está asociada a la urgencia de Belalcázar de establecer vínculos con España a través de Panamá, para lo que necesitaba la conexión del Valle del Alto Cauca con el Pacífico. Inicialmente se utilizó la penosa vía del río Calima hacia el San Juan y también la del Anchicayá, y, después, por algún tiempo, el precario camino al Raposo por el río Dagua hasta Cascajal. En 1564, don Francisco Mosquera, gobernador de Popayán, dictó medidas para la apertura de la vía Cali-Buenaventura por el Dagua. En 1582, la Corona otorgó licencia a Francisco Jaramillo para abrir el camino. En 1584, Juan Quintero Príncipe presentó un trazado al Cabildo, que aprobó una colecta para su apertura, pero la difícil topografía, el clima y la vegetación, la carencia de recursos y la belicosidad de los nativos, impidieron su mejoramiento y un tránsito frecuente. En 1602, don Francisco Jaramillo de Andrade es contratado por el Cabildo, pero se arruina. En 1715, Marco Pérez Serrano, por designación del Cabildo, reparó el camino pero su estado seguía siendo precario. Sin embargo, la vía mantuvo su importancia durante la Colonia y el siglo XIX, y se constituyó en un tránsito necesario, aunque su dificultad y riesgo indudablemente limitaron sus posibilidades. El viajero francés Gaspar Teodoro Molien, quien pasó “por el Dagua al Chocó” en el siglo XIX, percibió la urgencia de la vía al mar observando que “lo que se necesitaría más que nada es un buen camino que del mar fuera al Valle del Cauca; todos los que hay son ma¬lísi¬mos.”   Es evidente que la búsqueda de una vía al mar determinó la ubicación de Cali, entre Popayán y Cartago,   eje vial sur-norte en el que se creó un cordón de poblados desde los cuales se irradiaban las acciones propias de la conquista y se comunicaba la Nueva Granada con el Perú. Cali vínculo el Pacífico, por el sitio de acceso menos difícil, con el Valle del Alto Cauca, cuyo eje natural, el río Cauca, fue atravesado por pasos como la Bolsa, la Balsa, los Piles, la Torre, Popayanejo y Juanchito, que le permitieron a la ciudad establecer en la “otra banda”, la más amplia ganadería cimarrona, trapiches y cultivos de caña de azúcar, tabaco y otros. Durante la Colonia los caminos reales lle¬va¬ban desde Cali a Cartago, por Llanogrande (Palmira) y Buga, Buenaventura y Popayán, en el que, en 1536, se construyo un puente sobre el río Jamundí.

LAS CIUDADES COLONIALES

Las ciudades fundadas por España en el Nuevo Mundo presentan evidentes formas comunes. Las Orde-nanzas de Pobladores de 1573 establecidas para España, recogidas posteriormente en las Leyes de Indias de 1680, contemplaban normas precisas: las ciu¬dades debían trazarse con calles rectas en cuadrícula re¬gular en torno a una plaza ma¬yor, alrededor de la cual se construirían locales públicos, y formando manzanas con determinadas dimensiones y con cuatro o seis solares. Para Robert Ricard “una ciudad hispanoamericana es una plaza mayor rodeada de calles y casas, en lugar de ser un conjunto de casas y calles alrededor de una plaza mayor”.  El carácter privilegiado de la plaza matriz en las ciudades his¬panoamericanas no fue el resultado de su desarrollo económico y social sino que fue asumido casi como una decisión desde el mismo mo¬mento de la fundación. En este sentido se puede entender a Jorge Bessandre cuando, al estudiar la fundación de Lima, afirma que la estructura política precedió e instauró la estructura económico-social. En torno a la plaza mayor “giraba” la ciudad, y la iglesia matriz se lo¬calizó allí,  generalmente en un costado o en una esquina de la plaza, al contrario de las Ordenanzas para España, que indicaban un lugar importante de la peri¬feria.  Exceptuando lo de la iglesia, la con¬for¬mación física de las ciudades hispanoa¬mericanas precedió a Las Ordenanzas y a las Le¬yes de Indias. Como dice Woodrow Borah, “se queda uno con la impresión de que antes de 1573 había entre los ad¬minis¬tradores coloniales un consenso y de que tal con-senso continuaba prevaleciendo.”   La cuadrí¬cula urbana ya se había aplicado a Santo Domingo, cuando el gobernador Ni¬colás de Ovando trasladó la ciudad, en 1502, a la desembocadura del río Ozama, en el mar Caribe. Fernández de Oviedo compara esta ciudad con Barcelona y considera que en Santo Domingo las calles son más an¬chas “y sin compa¬ración más derechas” porque al ser fundada “en nuestros tiempos” pudieron ser “trazadas con regla y compás y a una medida de las calles todas…”

En 1513 se dieron las siguientes instrucciones a Pedraria Dávila para la fundación de Panamá, que se realizó en 1519:

[…] por manera que hechos los solares, el pueblo parezca ordenado, así en el                 lugar que se dexare para plaza, como el lugar en que hubiere la iglesia, como la        orden que tuvieren las calles, porque de nuevo se fazen dando la orden en comienço, sin ningún trabajo ni costa quedan ordenados, y los otros jamas se ordenen […]

Las disposiciones españolas contemplaban desde las condiciones físicas y telúricas que debían tenerse en cuenta, hasta la estructura física interna de las ciudades:

Ordenamos que habiéndose resuelto poblar alguna provincia o comarca de las que están a nuestra obediencia, o después descubrieren, tengan los pobladores consi¬deración y ad-vertencia a que el terreno sea saludable, reconociendo si se conser¬van en él hombres de mucha edad y mozos de buena complexión, disposición y color; si los animales y ga¬nados son sanos y de competencia tamaño, y los frutos y mantenimientos, buenos y abundantes y de tierra a propósito para sembrar y coger: si se crían cosas ponzoñosas y nocivas; el cielo es de buena y feliz conste¬lación, claro y benigno: el aire puro y suave sin impedimentos y alteraciones: el temple, sin exceso de calor o frío (y habiendo de declinar a una u otra calidad es¬cojan el frío): si hay pastos para criar ganados, montes y arboledas para la leña, materiales de casas y  edificios: muchas y buenas aguas para be¬ber y regar: indios y naturales a quien se pueda predicar el Santo Evangelio, como pri¬mer motivo de nuestra intención: y hallando que concurren éstas o las más principales cualidades procedan a la población, guardando las leyes de este libro.

Que el sitio, tamaño y disposición de la plaza sea como se ordena. La Plaza Mayor donde se ha de comenzar la población, siendo de costa de mar, se debe hacer el desembarcadero del puerto, y si fuere lugar mediterráneo en medio de la población: su forma en cuadro prolongado, que por lo menos tenga de largo una vez y media de su ancho, porque sea más a propósito para las fiestas de a caballo y otras: su grandeza proporcionada al número de vecinos, y teniendo considera¬ción a que las poblaciones pueden ir en aumento, no sea menor que doscientos pies en ancho y trescientos de largo, ni mayor de ochocientos pies de largo y qui¬nientos treinta y dos de ancho, y que¬dará a mediana y buena proporción si fuere de seiscientos pies de largo y cuatrocientos de ancho: de la plaza salgan cuatro ca¬lles principales, una por medio de cada costado, y además de estas dos por cada esquina: las cuatro esquinas miren a los cuatro vientos principales, porque sa¬liendo así las calles de la plaza no estarán expuestas a los cuatro vientos, que será de mucho inconveniente: toda en contorno, y las cuatro calles princi¬pales que de ella han de salir, tengan portales para comodidad de los tratantes que suelen con¬currir, y las ocho calles que saldrán por las cuatro esquinas salgan libres, sin en¬con¬trarse en los portales, de forma que hagan la acera derecha en la plaza y la ca¬lle.

George A. Kubler considera que la forma de los poblados indígenas ejerció influencia en la traza de la ciudad española en América.  Esto si bien puede ser cierto para el caso de los grandes imperios pre-colombinos, no lo es en el caso de las ciudades traza¬das por los españoles en el suroccidente colom¬biano. Por su parte Jorge E. Hardoy y Luis Ortiz de Zevallos, concideran que los españoles yuxtaponían sus asentamientos a los poblados indígenas, transformándolos: la práctica conquistadora y la experiencia de los colonizadores les iría enseñando a probar, corregir y rehacer formas urbanas hasta concluir en la estructura cuadricular que fue recogida y codificada en Las Ordenanzas de 1573. Erwin Walter Palm, su¬giere incluso que Tecnochtitlan pudo ejercer influencia en la ciudad ideal de Durero. Otras tesis plantean el origen europeo del damero apli¬cado en las ciudades españolas en América, y se pre¬sentan variantes in¬terpretativas en torno a su origen histórico y a su difusión. Como la que considera que proviene de Santo Tomás de Aquino, a través de los clérigos españoles de los siglos XIV y XV, incorporandose a Las Ordenanzas, pasando de España a América a través de las Leyes de Indias o de las ideas de los con¬quistadores. R. Morse, por su parte, señala influencias romanas en Las Ordenanzas de 1573 inspiradas en los consejos recogidos por Vegecio del tratado Vitruvio. La influencia renacentista también ha sido conside¬rada; sin embargo, Hardoy descarta esta influencia por cuanto en el Renaci¬miento se prefería la estructura radial concéntrica.

La consolidación del caserío, su defensa y abasto, seguirian libremente los crite¬rios básicos de las ordenanzas de población. Criterios que en última instancia nacían tanto de la experiencia americana como de la aplicación de las antiguas teorías vitruvia¬nas. Panamá tenía 20 años des¬pués fundada unas 112 casas y 400 habitantes, a pesar de las recomendaciones que se le dieron a Pedrarías, y Cieza de León critica cómo estaba “edificada de levante a poniente de tal manera que saliendo el sol no hay quien pueda andar por ninguna parte de ella porque no hace sombra en ninguna”.  De las quinien¬tas casas que tenía a principios del siglo XVII sólo ocho eran de piedra y el resto de madera, demos¬trando la persistencia de la adaptación de los conquistadores a las posibilidades del medio. Los lotes eran estrechos. La tradición de la casa romana pasó de Andalucía a las Antillas pero con las variaciones que ya había sufrido en el sur islamico de España. En primer lugar la compacidad: a pesar de que la disponibilidad de tierras era mucho mayor que en España se adoptaron las soluciónes de dos plantas pese a los pro¬blemas técnicos que presentan. Su desarrollo se hacía en terrenos estrechos, pues toda¬vía no se había formulado el crite¬rio de división de manzanas en cuatro solares, y ade¬más irregulares, lo que llevaba a soluciones arquitec¬tónicas diversas, que reflejan la transferencia directa de la experiencia andaluza más que una ree¬laboración en función de las nuevas circunstancias.

Como lo indica Marina Waisman,  las ciudades en Hispanoamérica se trazaron a la ma¬nera de las uto¬pías haciendo caso omiso de los lugares y de su topografía, y de su his¬toria, convirtiendo sus posi¬bles lugares en cualquier lugar. Su traza cuadriculada es coerci¬tiva, impuesta desde fuera, y motivada por ra-zones políticas o religiosas, como lo ha indi¬cado Sibyl Moholy-Nagy .  En la ciudad europea me¬die¬val el centro se forma con en base a los edificios fundamentales como la catedral, el ayuntamiento, o el mercado, los que a su vez generan plazas que se convierten en lugares de actividad pública especiali¬zada. Los edificios y sus plazas concentran los significados vitales de la ciudad. El punto de par¬tida de la ciu¬dad hispanoamericana, por el contrario, es un vacío urbano a cuyo alrededor se concentran algunos de los edificios simbólicos. La Plaza Ma¬yor es un es¬pacio urbano no especializado: todas las activida¬des públicas suceden en él. En las ciu¬dades europeas el edificio es el elemento creador; en las americanas lo es la plaza. Mientras unas ocupan el territorio a partir de núcleos definidos; las otras nacen de un tra¬zado sobre territorio virgen y se limitan a subdividir una parte de ese territorio. La ciudad europea se va “tejiendo” a partir de los edificios simbólicos y las plazas que les pertenecen. La ciudad americana se construye colocando “objetos” intercambiables so¬bre una trama abstracta, intentando con ellos darle al¬guna consistencia. La solidez de aquel tejido contrasta con la libre y abierta trama de este. En su desarro¬llo posterior se notaran esas diferencias iniciales: en el primer caso la ciudad aparece “anclada” a ele¬men¬tos sólidos cargados de simbolismo, en el segundo, libre de ataduras, es susceptible cambiar de centro de gravedad con gran facilidad. Otro elemento diferencial es la limita¬ción original de la ciudad europea, fuertemente marcada por barreras sólidas, con lo que el crecimiento, en la mayoría de los casos, se dio por anillos concéntricos; contrasta con esto la ilimitación de la americana, que no prevé bordes físicos, que va creciendo ocu¬pando los terrenos adyacentes de acuerdo con las necesidades de la población, en di¬rec¬ciones indicadas por rutas o accidentes geográficos, durante la Colonia, y más tarde por razones espe¬culativas en la nuevas repúblicas. Otra diferencia muy notable son las len¬tas transformaciones de las ciudades europeas, cuyos tipos persisten durante largo tiempo,  los trazados originales permanecen sin cambios notables, y la ubicación de la población tiende a ser estable, habitando en muchos casos du¬rante generaciones en los mismos lugares. Las ciudades americanas, por el contrario, son extremada¬mente diná¬micas: los tipos edilicios se sustituyen frecuentemente, los trazados originales sufren super¬posiciones, mutilaciones, transformaciones que en ocasiones los tornan irrecono¬cibles; las poblaciones raramente permanecen en un mismo lugar ni aun en una misma generación. Barrios enteros cambian de carácter físico y social en pocos años. Más aun: ni siquiera los nombres se mantienen: las calles y aun los barrios o algunos edificios históricos cambian de nombre según los vaivenes de la política o a im¬pul¬sos de la “modernización”. No hay muchos aspectos en las ciudades americanas de “larga dura¬ción”, en los términos de Braudel, más allá de la topografía, y aun esta suele sufrir mo¬dificaciones notorias, y  algunas direcciones básicas del trazado. En tanto que en las eu¬ropeas siempre persisten los trazados y parcelamientos. Todo esto hace que la ciudad europea tenga una cierta estabilidad en su identidad,  en tanto que en la americana la identidad es indecisa y cambiante, y no reside exclusivamente en el pasado, sino que se construye día a día, y está formada tanto por lo que ya existe como por los proyectos de modernización.

Solamente en ciudades, como México y Cuzco, emplazadas en ámbitos cultu¬rales precolom¬binos muy fuertes, se mantuvo la organización espacial anterior, pero se destruyeron los edificios. En el resto de Hispanoamérica la cuadrícula se repitio sobre el territorio como una marca de posesión,  como signo de la creación de un mundo nuevo, separado de su pasado europeo e impuesto sobre la nueva tie¬rra. Un mundo sin pasado, que debía forjarse su propio pasado y construir sus propias memo¬rias.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.