Siempre, y en todas partes, las ciudades reflejan las desigualdades de sus habitantes: económicas, sociales, educativas, laborales, recreativas, de vivienda y políticas; las que la ciudad física acentúa; o lo contrario, según su urbanismo, paisajismo, arquitectura y construcción, ya sea de manera espontánea o deliberadamente. O por la ignorancia de sus gobernantes que dicen querer acabar con esas desigualdades, pero no tienen conocimientos sobre esas profesiones y no saben cómo asesorarse bien.

          El dividir las ciudades grandes en varias “ciudades dentro de la ciudad” mucho ayudaría a que sea viable en ellas un urbanismo pensando más en los peatones que en los automóviles buscando mejorar la movilidad y la seguridad; y para contar con unos usos del suelo apropiados, y una ocupación del espacio conveniente, que disminuya las desigualdades. Y sus subcentralidades, debidamente equipadas por las Autoridades Municipales, ayudarían a la educación cívica de sus habitantes sin discriminaciones.

          La variedad de los árboles y sus flores, identificaría a cada una de esas ciudades dentro de la ciudad, al tiempo que su paisajismo generalizado las uniría dentro de la ciudad y su área metropolitana. Lo sería resaltando lo más bello de la región: sus paisajes naturales, a los que se agregarían los urbanos; los que desde luego tendrían que tener un adecuado paisajismo respecto al clima, fácil de cuidar y que no cause problemas posteriores.

          Una respetuosa imagen del entorno urbano que debería crear una arquitectura regenerativa, que parta del mismo, en cada uno de los sectores de la ciudad, divididos estos en supermanzanas de solo tránsito local, y no su caos actual, ayudaría a disfrutarlos; y la facilidad de “viajar” a otros lugares, cual turistas educados, seria todo un económico placer para los fines de semana, y que los integraría socialmente respetando a los otros.

          La calidad del urbanismo, en toda la ciudad, ayudaría a educar mejor, cívica y pertinentemente, a sus habitantes, y por lo tanto a reducir las desigualdades, convirtiéndolos en ciudadanos más iguales al menos en el más seguro, funcional y placentero uso de sus espacios urbanos públicos, limpios y en buen estado, como lo son sus calles, avenidas, paseos, parques, zonas verdes y espacios para el deporte, en donde puedan relacionarse socialmente con los demás.

          Finalmente, la correcta ejecución de las construcciones en la ciudad, a todos los niveles, es básica ante amenazas como temblores, inundaciones y otras, las que afectan a todos sus habitantes por igual. A lo que mucho ayudarían las recomendaciones técnicas al respecto y no apenas las normas al respecto, a las que por supuesto hay que controlar su cumplimiento para que sean efectivas y no mera burocracia, además dada a la corrupción.

          Sería una ciudad igualitaria, en la que cada una de sus ciudades dentro de la ciudad, y fuera de esta en su área metropolitana, presentan características propias, pero que su paisajismo las une, y logra que todos sus ciudadanos lo sean de una misma ciudad, la ya que comparten, y con miras a reducir sus desigualdades, las que por lo pronto son inevitables, y que lo que perturba a las ciudades es su alto grado de disparidad, discriminaciones e injusticia.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.