LAS FORMAS DE SU ARQUITECTURA DESDE 1536 AL PRESENTE:
SUS CIRCUNSTANCIAS, MODELOS, ILUSIONES Y REALIDADES
EL CASO DE CALI
En general, las ciudades iberoamericanas han obedecido a dos modelos: el colonial y el moderno. La ciudad colonial puso juntos los monumentos, las calles y las plazas tradicionales de la ciudad euro-pea medioeval –que tuvo sus orígenes en Egipto y Mesopotamia– con el trazado ortogonal, usado por primera vez en las colonias griegas alrededor del Mediterráneo y traspasado a las iniciales ciudades europeas y del norte de Africa por los campamentos militares romanos y continuado por las bastides o ciudades de guarnición medioevales, como las de Francia o las de la Reconquista Cristiana del sur de la Península Ibérica. Por su lado, el urbanismo moderno, propuesto por los congresos internacionales de arquitectura moderna, CIAM, a lo largo de la primera mitad de este siglo, concebía la ciudad como una serie de unidades de vivienda (como la conocida unidad de Marsella de Le Corbusier, en la que se basa el Edificio Venezolano de Cali, de Carlos Raúl Villanueva) dispuestas, sobre primeros pisos libres, en una enorme zona verde continua y amplia, solamente interrumpida por expeditas autopistas urbanas. Vías, y no calles, que unen entre si y con la región inmediata los terminales de transportes, las zonas industriales, los centros comerciales, de servicios, los de recreación y los de oficinas o de gestión, todos debidamente zonificados, por un lado, y las unidades de vivienda, debidamente estratificadas por niveles de ingresos, por el otro. Los restos de la ciudad tradicional –los monumentos y casi nada más– se concebían insertos en medio de inmensos y arborizadas zonas verdes que los ocultaban a medias.
En el caso de Cali, el modelo de la ciudad moderna fue superpuesto a la ciudad colonial, al contrario de lo sucedido en Europa, donde fue utilizado en los suburbios pues los centros históricos europeos –al contrario de los americanos– suelen ser mucho más grandes, sólidos e importantes. En Colombia existen excepciones, por supuesto, que ayudan a comprender esta diferencia, como son Cartagena de Indias y Popayán. En la primera, cada vez es más claro el fenómeno de una ciudad contemporánea que se consolida al lado –y no en medio– de la ciudad tradicional, que mal que bien se conserva; como mal que bien conserva Popayán su estructura urbana colonial rodeada de vagos suburbios pretendidamente modernos.
Al principio, sin embargo, la superposición de un modelo sobre otro no fue desastrosa en Cali. Los edificios moderno-historicistas que se construyeron aproximadamente entre 1910 y 1950, respetaron los paramentos existentes, conservaron los vanos verticales de las fachadas y mantuvieron el predominio de los llenos sobre los vacíos, propio de las construcciones anteriores de origen colonial, y solamente se elevaron uno o dos pisos sobre la ciudad preexistente. Aunque se abandonaron los aleros, estos fueron reemplazados por cornisas que, aunque no protegen al peatón, cierran en su parte superior ese espacio urbano público por excelencia que son las calles, confiriéndoles su máxima calidad espacial.
Infortunadamente la arquitectura moderna que se puso en boga posteriormente buscó acríticamente el modelo de la ciudad moderna. Se demolieron construcciones para dotar el centro tradicional de la ciudad –que es lo máximo de lo urbano– de zonas verdes, se construyeron caricaturas de auto-pistas y se ampliaron las calles, transformándolas en vías, hasta el punto en que se destruyó irreparablemente el tejido urbano anterior. Los paramentos se abandonaron, las alturas se dispararon sin control eliminando la importancia que tuvieron cúpulas y torres generando enormes y feas “culatas”, las fachadas fueron reemplazadas por insulsos juegos volumétricos y la zonificación desplazó la convivencia de usos eliminando la animación propia de las ciudades en muchas partes de Cali. Para peor de males, un mal pretendido postmodernismo en la arquitectura local se encargó de hacer en los suburbios edificios cuyo historicismo (tendencia histórica de la arquitectura local) consistió esta vez en regresar a los paramentos, las alturas uniformes y los vanos verticales, precisamente en aquellas zonas que por carecer totalmente de arquitecturas preexistentes permitían, ahí si, la puesta en práctica de la arquitectura y el urbanismo modernos.
Para finales de los años 40, el historicismo dejó el campo abonado para una segunda modernización de Cali que siguió las últimas modas provenientes de unos Estados Unidos vencedores en la segunda guerra mundial: El Spanish de la costa oeste, que en Cali se conocería como español californiano, y el Art-Deco importado del distrito de su mismo nombre de Miami Beach. Moda, la primera, efímera, cuyo único ejemplo significativo sobreviviente en el centro tradicional es el Edificio Pielroja. De la otra, más efímera aún, queda nada menos que el Hotel y Teatro Aristi. Por un tiempo las numerosas casas español californiano, de San Fernando y Versalles y el Hipódromo y el Centro Parroquial de San Fernando y el Acueducto de San Antonio, engañaron a propios y extraños haciéndoles creer que la ciudad había tenido un reencuentro con su tradición, mediante el neo-colonial puesto en circulación a partir de la Exposición Universal de Sevilla de 1934, en la que se dictamino el reencuentro de la Madre Patria con sus antiguas Colonias, cuando lo que había tenido era un encuentro con la nueva moda importada de la nueva metrópoli, la que había redescubierto, y reconstruido o restaurado en la década de 1930 buena parte de las 21 misiones construidas por los “padres” con la ayuda de los indios, a lo largo del Camino Real, desde San Diego hasta Sonoma durante todo el siglo XVIII.
La creación de la Corporación Autónoma del Valle del Cauca, C.V.C. cuyo primer logro fue la construcción de la hidroeléctrica de Anchicayá, y el triunfo de la Revolución Cubana, que facilitó el auge de la industria azucarera en el Valle del Alto Cauca, a principios y finales de la década del 50, respectivamente, permitieron la industrialización y modernización del Departamento del Valle del Cauca. Para los años 60 se construyeron excelentes edificios y casas modernos, que afrontaron el problema de introducir edificios altos, apropiados al clima y al paisaje, en el casco tradicional de la ciudad. Pero la violencia rural de esos años aumentó peligrosamente el crecimiento demográfico de Cali llevándola a un estancamiento urbano que se pretendió superar con la realización de los VI Juegos Panamericanos de 1971. Oportunidad con la que se “justificó” el cambio radical de la imagen de la ciudad, que, infortunadamente, no se limitó a la construcción de nuevos símbolos sino que eliminó buena parte de los anteriores y con ellos cuatro siglos de historia de la ciudad.
Los 70 fueron la época de las “unidades de poder adquisitivo constante” UPACS, en la que la arquitectura se cambió por la rentabilidad. En los 80, por el contrario, el exceso de rentabilidad producido por el narcotráfico se tradujo en el auge de la falsa arquitectura y de la destrucción cada vez más irreversible de lo poco que quedaba de la ciudad tradicional. Por supuesto hubo y hay ejemplos de lo contrario. El más conocido y grande, premiado y discutible, y el más esperanzador, es el edificio de la Fundación para la Educación Superior, F.E.S. Sin lugar a dudas, y a pesar de las equivocaciones que indiscutiblemente tiene, indica el camino para hacer una arquitectura en que su ser moderna no implique la destrucción de la ciudad tradicional; muestra también cómo hacer una arquitectura que a la vez que es representativa es generosa; que es llamativa pero no vulgar.
Así las cosas, la primera labor de una administración municipal responsable debería ser estudiar e interpretar todo este fenómeno y, mediante proyectos experimentales, tratar de proponer soluciones que poco a poco vayan consolidando un nuevo modelo de ciudad. Infortunadamente la velocidad de este tipo de trabajos es, con mucho, inferior a la premura de los alcaldes populares que en su corto período de tres años se sienten en la obligación de transformar la ciudad siguiendo nociones simplistas y revaluadas de la arquitectura y el urbanismo modernos que permanecen en nuestra (in) cultura. La arquitectura y el urbanismo modernos se instalaron rápidamente en todo el mundo, pero principalmente en los países subdesarrollados por su desesperante necesidad de ponerse al día con los países desarrollados, generando ideologías carentes de una verdadera cultura arquitectónica y urbana, que han conducido a un malentendido desarrollo y no a una verdadera modernización. Paradójicamente en los países desarrollados esta última fue la encargada de evitar oportunamente los excesos que se cometieron en las ciudades europeas después de la Segunda Guerra Mundial, promoviendo el respeto y la convivencia con el patrimonio urbano y arquitectónico que heredaron, logrando finalmente verdaderas arquitecturas y ciudades posmodernas. Aquí, desafortunadamente, heredamos ese tipo de arquitecto pretendidamente moderno, esa “basura de arquitecto –como dice Brodsky– de esa horrenda religión de posguerra que le ha hecho más daño al horizonte europeo que la Lufwaffe.” La modernización tenía un programa racional: compartir universalmente las bondades del avance científico- técnico pero, como dice Rem Koolhaas, el espacio chatarra es su catastrófica apoteosis, aunque cada una de sus partes fuera fruto de brillantes inventos.
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Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.