Hace siglos se promulgaron los PRINCIPIOS DEMOCRATICOS, llegamos a pensar que ya eran parte de la esencia del ser humano, como la sangre, la dura verdad es que no es así y por ello cada día con urgencia se hace imperioso educar, volver a educar, vigilar los pilares esenciales de la democracia y rechazar con verticalidad comportamientos que busquen destruirla.

Esa educación no solo se debe realizar a gente joven, se hace imperioso en adultos poseedores de mil títulos académicos, que cuando llegan a cargos públicos, se les olvidan y/o desconocen los principios democráticos que escucharon en el aula de clase, cuando les mencionaron a los filósofos griegos, que enseñaban que todos los gobiernos debían respetar las tres ramas del poder distintas y separadas en las que se debe sustentar el Estado, haciéndose esencial el acatamiento a los pesos y contrapesos que deben existir entre esos poderes.

Lo anterior se sufre también en lo internacional, donde el desenfreno de los gobernantes reina, pierden el buen juicio, olvidando el bien público.

Nosotros como ciudadanos debemos ejercer vigilancia activa y digo sin exageración:

La sociedad colombiana está muy pasiva, resignada, temerosa de vigilar al gobernante, prefieren no meterse en lo público y que todo continúe con abusos de poder, callando los actos de corrupción como los contratos públicos ilegales con sobre costosos. NO podemos seguir jugando al avestruz, estamos dejando un pésimo legado a las generaciones futuras.

Ante este caos debemos apelar a los hombres buenos como en el pasado ocurría un hombre bueno era considerado un HOMBRE LEY, un hombre con principios éticos en el ámbito publico y se le consideraba un HOMBRE INSTITUCION, deduciéndose que cualquiera mejora en la operación de las entidades publicas sería posible si se logra obtener y elevar la conducta moral de los individuos que la integran mediante una formación ética. Razón ha tenido Douglas North, al afirmar: “las instituciones son una creación humana, evolucionan y son alteradas por humanos, por consiguiente, se deberá empezar por el individuo”.

Necesitamos la fortaleza de las convicciones éticas, como lo expusieran con toda su sabiduría:

  • Del “despertar” como dijera Aristóteles,
  • O del “salir de la caverna”, según lo explicaba Platón,
  • O “de un verdadero cambio del corazón”, como lo exponía Caiden,
  • En otras palabras, desde el pensamiento, desde las convicciones, debe brotarnos un mejor comportamiento.
Jorge Enrique González Rojas