Como lo señala Jordi Borja (Revolución urbana y derechos ciudadanos, 2013, pp. 248 a 250) la revolución urbana ha ocasionado la disolución de la ciudad debida a un capitalismo financiero desregulado y un entorno político y financiero que han llevado a una urbanización especulativa de las primeras décadas del siglo XXI, la que está reemplazando a la ciudad compacta creada por la sociedad industrial en el siglo XIX. El resultado son las amplias regiones difusamente urbanizadas y de trazado variable y limites confusos, y espacios lacónicos que no transmiten sentido urbano alguno, pero sí la dispersión de la vivienda, la atomización social y la insostenibilidad ambiental y ante el cambio climático.

          Cuando en las áreas centrales de muchas ciudades en Europa y América se especializan (administración, comercio, turismo) estas se congestionan de día y están vacías de noche, ya que su vivienda desaparece al haber sido expulsada la que había ni hay nueva; y los que allí trabajan viven en otra parte o incluso en otra ciudad cercana. Al mismo tiempo, el poder político suele construir sus ostentosos edificios administrativos, usualmente diseñados por un arquitecto “estrella” por lo que “cuanto más brillan los arquitectos más se empobrece la vida urbana” es el reemplazo del urbanismo por la arquitectura de grandes proyectos y de edificios emblemáticos, cuando no puro espectáculo.

          Al otro extremo de las ciudades, en las zonas privilegiadas a las afueras, el poder económico construye sus conjuntos, aislados y excluyentes. Las edificaciones en ellos se homogenizan, ya sean casas, edificios laminares de apartamentos, o altas torres para lo que sea, los que no configuran espacios urbanos disponibles para todos, y mucho menos cuando son barrios cerrados. Sus arquitectos, trabajando para empresarios ostentosos y codiciosos, no los proyectan, sino que los diseñan a su gusto, y tienen como referencias las modas que divulgan las revistas de decoración; y el uso del espacio urbano público no les interesa y no consideran para nada las necesidades de sus futuros ocupantes.

          Y para rematar, cuando los nuevos habitantes recién llegados a las ciudades, y los expulsados de sus áreas centrales, se encuentran en busca de vivienda, con frecuencia se topan con políticos corruptos, y diseñadores autocomplacientes y mal formados; y que la ideología arquitectónica dominante en el diseño de viviendas populares menosprecia las necesidades y aspiraciones de los habitantes de clase media y baja de esas ciudades. Estos nuevos usuarios no siempre tienen razón, pero si con frecuencia argumentos atendibles y necesidades manifiestas; y además están ascendiendo social y económicamente, y podrían querer mejorar sus viviendas más adelante, o alquilarlas o venderlas a otros.

          En Cali se puede comprobar lo escrito arriba, en mayor o menor grado, pero además es preciso considerar el que usualmente muy poco se considera lo que precisa la ciudad actual, con respecto al relieve, vegetación, clima y los paisajes naturales que la rodean. Es la ignorancia del urbanismo, paisajismo y arquitectura de que precisa una ciudad, de acuerdo con su geografía, tropical y andina, y su historia colonial, de tradición colonial, ecléctica y moderna, para la adecuada planificación ya en el siglo XXI, es decir, el pertinente ordenamiento de su territorio para que sea sostenible, seguro, funcional y agradable; y que, como afirma Jordi Borja, las respuestas para cada ciudad deben ser distintas.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.