Lo que se ha evidenciado con la devolución de más de 2.240 millones de pesos por parte de la administración del alcalde Alejandro Eder Garcés al Club Campestre, es la continuidad histórica de la “Sociedad de la Perla” relatada por el escritor Edgard Collazos en su libro “En Tierra Extraña”. Una ciudad que pareciera aun mantenerse en la segunda mitad del siglo XIX, en donde siguen prevaleciendo los intereses de los herederos de las haciendas de abolengo que se han perpetuado en el poder económico y político de la región. Esa misma sociedad que aún conserva el ímpetu clasista y discriminador que padeció el escritor Jorge Isaacs.
Fue precisamente en la hacienda San Joaquín donde las familias más prestantes de la ciudad consolidaron un espacio privado para sus encuentros. Con el tiempo, la cerca se fue corriendo paulatinamente, generando controversias judiciales pues buena parte de estos terrenos ha sido considerada ejidos de Cali. En 1930, la vieja casona comenzó a transformarse en el anhelo de la élite: poseer un espacio exclusivo para practicar golf, tenis, equitación y, por supuesto, celebrar el privilegio de pertenecer al statu quo social. Así nació el Club Campestre de Cali que desde sus inicios obtuvo el favor del Estado pues, en 1941, cuando la expansión de la ciudad de Cali hacia el sur llegaba apenas hasta el barrio San Fernando, el gobernador Alfonso Aragón Quintero ordenó la construcción de una vía que atravesara los potreros y conectara directamente con el Club. Esta obra benefició exclusivamente a los socios del Club y a los dueños de las haciendas aledañas, desatando protestas populares, según lo describe el economista Edgar Vázquez en el libro La Historia de Cali del Siglo XX.
Casi un siglo después, este lugar que ha perpetuado los rezagos de la mentalidad hacendada, ha sido declarado “Bien de Interés Cultural” (BIC) de Cali. Según la publicación del portal económico Bloomberg, en 2024 la vinculación al Club Campestre costaba 300 millones de pesos, y la mensualidad ascendía a 2.400.000 de pesos. Además, el aspirante debe ser recomendado por cinco socios, entrevistarse con la junta directiva del Club y atender una visita domiciliaria. Con estos suntuosos requisitos, queda absolutamente claro que este bien de interés público sólo puede ser apreciado y disfrutado por una casta social que, de acuerdo a la alegoría literaria, forma parte de la sociedad de estíticos.
Este reciente y polémico episodio, en el que la ciudadanía se ha enterado que el Club Campestre ha sido beneficiado durante años con la exención del pago del impuesto predial, deja en evidencia cómo la élite caleña, representada por el alcalde Alejandro Eder Garcés, ha instrumentalizado el Estado para conservar sus privilegios y su estatus. Por ello, su discurso de reconciliación no es más que un eslogan vacío, pues oculta un hecho histórico: ha sido precisamente la élite caleña la encargada de segregar la ciudad en términos sociales, económicos, territoriales y raciales. Desde la Colonia, cuando las familias hacendadas vivían en el empedrado y los plebeyos en El Bayano, hasta hoy, cuando la división persiste entre quienes viven en una ciudad jardín y quienes sobreviven en un potrero grande.