La belleza de las ciudades depende de aspectos que interactúan entre ellos, a lo largo de las distintas temporadas del año; y por supuesto de singularidades locales o de episodios inusuales. Y por supuesto de quien disfruta la belleza de una ciudad, si es la propia o se está de visita en otra, aún no conocida, o visitada con frecuencia; y de su particular sensibilidad a lo que ve, oye, toca, huele o saborea, pues las ciudades se perciben con todos los sentidos.
Los monumentos o los edificios monumentales son lo primero que se suele asociar con la belleza de una ciudad, pero no necesariamente la determinan pues están circunscritos a sus sectores, y muchas ni siquiera los tienen importantes; o apenas poseen un valor artístico, histórico o arqueológico. Sin embargo, los conjuntos monumentales sí pueden representar la belleza de toda una ciudad, sobre todo si no es muy grande.
Los grandes espacios urbanos públicos, como plazas, avenidas, paseos, alamedas o ciertas calles centrales muy especiales, sí son los principales artífices de la belleza urbana en cualquier ciudad, y mucho más si están directamente vinculados a un conjunto monumental. En su belleza está la armonía y apariencia agradable a todos los sentidos en la que reside la estética de lo urbano, aunque de entrada predomine lo visual.
La vegetación de calles, parques y zonas verdes es parte decisiva de la belleza de los espacios urbanos, principalmente los públicos, al punto de que pueden pasar a ser la base de la belleza de ellos, tal como sucede en un parque o una zona verde, o también en un paseo y aún más en una alameda. Pero por supuesto depende de su diseño en relación con la estética de un espacio urbano en la ciudad.
Las fachadas urbanas deben ser entendidas como un continuum de alturas, anchos, ritmos, colores y texturas similares de varias edificaciones independientes, pero de usos afines, a lo largo de un andén común, que si está debidamente arborizado refuerza dicha continuidad. Igualmente, si es un solo edificio, pero en este caso ya se trata de un edificio monumental, independientemente de que no sea su propósito, o de un adefesio si no lo es.
Los paisajes naturales que están en la ciudad o la rodean o cruzan, como lo son montes, montañas, mares, lagos y ríos, se suman a su belleza, y en algunas, sobre todo en las más pequeñas, constituyen todo su atractivo. Pero en otras la multiplicación de paisaje natural y construcciones artificiales constituye el máximo de la estética urbana, sobre todo si estas obedecen al paisaje que las define de manera inseparable.
El cielo que cubre la ciudad y la luz que la ilumina, son definitivos para su belleza, y en muchas son parte definitiva de la misma sus amaneceres y atardeceres o de azules profundos, a más de noches con luna llena que alumbra como un pequeño sol. Por eso en las ciudades cuyos cielos suelen ser nubosos es tan importante la estética de sus edificaciones y espacios urbanos públicos y privados y su relación con el paisaje natural, pues en ella reside su belleza
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.