En Santiago de Cali tenemos grandes contradicciones entre lo que anunciamos y lo que hacemos. Con sobradas razones económicas promovemos la región y la ciudad como un gran atractivo turístico, pero a su vez no cuidamos lo que puede atraer a los visitantes.
Es el caso del Barrio de San Antonio, declarado de interés cultural por acuerdo 012 de 1995 del Concejo, pero pese a ello se han autorizado diferentes líneas de paramento, diversas alturas, usos comerciales que sobrepasan el 25 % permitido y últimamente profusión de colorines o hiedra y enredaderas en las fachadas. Es decir, el Barrio, único patrimonio de conjunto con que cuenta la ciudad, está perdiendo cada día más su fisonomía y sus valores urbanísticos y arquitectónicos.
Los vecinos de San Antonio, conscientes del gran valor patrimonial del Barrio, no cesan de acudir a las autoridades locales como Planeación Municipal y la Subsecretaría de Patrimonio y a las autoridades nacionales como el Ministerio de Cultura, con Derechos de Petición y Acciones Populares, pero no obtienen respuesta y lo único que encuentran son autoridades indolentes y es así como el Barrio está en peligro inminente de desaparecer, gracias al desplazamiento de la vivienda y de la comunidad residente que son los que tienen el sentido de pertenencia y defienden su patrimonio.
Cali podría perder uno de los atractivos turísticos más valiosos como es el Barrio San Antonio por culpa de la instalación sin medida del comercio acompañado de transformaciones arquitectónicas que atentan contra sus valores patrimoniales, estacionamientos indebidos, caos vehicular y ruido, que obligarían a los residentes a cambiar de barrio. Y lo triste es que el comercio va y viene porque funciona o no funciona y los predios quedarían a la deriva. Los restaurantes y cafés son parte de la dinámica y posibilitan que turistas y caleños disfruten de este hermoso barrio, pero estos usos no se pueden salir de control; conservar el equilibrio y pensar en los residentes sería un buen enfoque paras solucionar el problema.
Igual ocurre en los otros barrios tradicionales de la ciudad: Granada, Centenario, San Fernando, El Peñón, donde, por falta de planeación y control, los usos diferentes a la vivienda desplazaron a sus moradores tradicionales y hoy son barrios sin dolientes.
Las normas parece que nadie las cumple y solo prima lo que piensa el diseñador de una nueva vivienda o edificio que quiere dejar su “impronta” sin importarle la armonía del entorno y al recorrer la ciudad solo desorden se aprecia por doquier. Es decir, Cali cada día pierde su aspecto tradicional y tristemente se sustituye por una amalgama de estilos que en nada aportan a la ciudad. Basta con mirar una fotografía antigua de la Avenida Miguel López Muñoz (Calle 25) y de la Avenida Roosevelt, ambas con sus hermosas palmas y de las cuales solo quedan unas dos o tres y hay anarquía en los paramentos y fachadas e invasión total de los andenes.
Reiteramos que, sin una verdadera y permanente Oficina de Planeación, que estudie y proyecte la ciudad en armonía con sus municipios vecinos para el largo plazo, seguiremos con los planes de gobierno de mal contados cuatro años, planes que solo incrementan el desorden y producen cada vez más “elefantes blancos” de obras mal diseñadas y mal presupuestadas, que quedan inconclusas o nunca se realizan.
Cuando en los países desarrollados todo se planea hasta el más mínimo detalle, nosotros, como buenos miembros del subdesarrollado tercer mundo, seguimos descubriendo que el “agua moja” y de golpe nuevamente inventamos la pólvora, que en este diciembre de 2024 ya comenzó a quemar gente.
Lo triste es que no salimos del subdesarrollo, es una actitud mental que confunde el desorden y la anarquía con el desarrollo. Pero seguimos cantando como la alegre cigarra, sin pensar en el mañana, que es hoy.