Se recuerdan con frecuencia, y con toda la razón, los principales problemas de Cali como lo son la seguridad, movilidad y comportamiento de sus habitantes, pero poco se menciona la casi total falta de un adecuado control urbano en la ciudad y en su área metropolitana de hecho, en la que por esta no existir simplemente no es posible. Problemas, los tres mencionados arriba además de los que se derivan de ellos u otros que se les sumen, a los que a todos ellos mucho contribuye, precisamente, ya sea de una u otra manera y en mayor o menor escala, la carencia casi total del control urbano en esta ciudad, a diferencia de otras en el país, como es el caso de Barranquilla.
El control urbano consiste en disponer de suficientes y adecuadas normas para la circulación de vehículos y peatones, y para la construcción y uso de sus diversas edificaciones y espacios urbanos públicos y privados; y desde luego dependiendo de la vigilancia permanente de su cumplimiento y debida actualización periódica pero solo cuando sea conveniente. De nada sirven las normas si no son las adecuadas o no se obliga a que se cumplan; Ley y Orden como dice el escudo nacional de Colombia, y en este caso sí sería razonable decir que se trata de un orden justo entre lo privado y lo público, que es justamente lo que caracteriza a las ciudades y sus ciudadanos.
En esta ciudad, en un muy rápido crecimiento poblacional y de expansión territorial, en sus diversas edificaciones y en sus espacios urbanos, públicos y privados, se construye o se demuele o se usa como a bien tenga cada nuevo propietario, como si la ciudad fuera de cada uno de ellos y no de todos, a lo que mucho contribuye la corrupción rampante a todos sus niveles y en todos sus aspectos.
La carencia de control a la corrupción en esta ciudad lleva a la ausencia de su perentorio control urbano, lo que a su vez contribuye a la corrupción, generando una espiral descendente que un alcalde no puede remediar, por lo que deben ser reelegibles pero controlados por el Concejo.
Hay que recordar de nuevo que la ciudad son sus habitantes conviviendo en la ciudad física, y que esta son sus edificaciones y espacios urbanos públicos y privados, siempre de manera simultánea conformando una única totalidad: una ciudad que cuyas ruinas pueden subsistir sin sus ocupante pero que estos no pueden sobrevivir sin ella. Por consiguiente es preciso lograr imponer que su control urbano, referido a la ciudad y a todos sus habitantes, en sus diferentes ciudades dentro de la ciudad y en el conjunto que conforman, sea simultáneo e integrado, permanente y a largo plazo; y por supuesto comprendido por todos sus habitantes mediante su adecuada educación como urbanitas.
Un adecuado control urbano, del que se ha escrito tantas veces en esta columna, debe incluir no sólo las sanciones respectivas sino que, simultáneamente, debe introducir la educación cívica al respecto; como se hizo con éxito en Cali hace varias décadas pero que equivocadamente no se continuó. Lo que lleva a pensar que éste control debería ser establecido en el Concejo Municipal y exigido por este a los Alcaldes sucesivos, para garantizar que sea permanente y que no se lo cambie o suspenda cada cuatro años; por lo que lo indicado es considerar la política, por parte de ciudadanos y autoridades, como un control integral de la ciudad: polis, política y policía juntos.
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.