En Pentecostés tiene lugar un hermoso planteamiento eclesial, signo de la fidelidad de nuestro Dios: la continuidad de la creación del libro del Génesis reflejada en la nueva comunidad cristiana resucitada, habilitada y acompañada por el Espíritu.

Ya en la creación, Dios le había regalado al hombre el aliento vital, que dio vida al barro y así pudo crecer, sentir, proyectar, amar, gobernar y dominar la creación, ahora en Pentecostés el Espíritu hace al hombre participar más de la vida divina, dándole la paz y el poder de “atar y desatar”, de perdonar o retener el bien que puede hacer, de amar y tocar las llagas de nuestra historia o de ahondar en ellas y que el pecado quede retenido.

Los discípulos de Jesús en Pentecostés, expresan con sus sentimientos de paz y alegría, que han recuperado la vida del maestro crucificado, su Espíritu. Sin ningún reproche, han sido liberados de culpabilidades, desilusiones, abandonos y miedos. Experimentan la fidelidad de Dios a sus promesas de no dejarlos solos, de encarnarse y continuar viviendo entre ellos por su Espíritu en fidelidad a su plan amoroso, de humanizar el mundo, hacerle más fraterno y compartido con su Espíritu. Ahí son enviados a continuar su testimonio de vida y misión. Ese es el Espíritu de la verdad de Jesús.

FIESTA DE PENTECOSTES     –     19  DE MAYO

LECTURAS:

ra del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11:”Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados…”

Salmo 103, 4 R. Envía tu Espíritu, Señor, y epuebla la faz de la tierra.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13:”Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23:”Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

Reflexión del Evangelio de hoy

El escenario de Pentecostés alumbra la comunidad cristiana

En Pentecostés nace la nueva comunidad, que brota del Espíritu del Resucitado y tiene como principio la misericordia: Jesús en el centro, “se puso en medio”, es el soporte de la comunidad que situada a su alrededor le mira y se miran entre ellos. La comunidad no es un círculo cerrado, sino una espiral donde el amor del Padre se vierte y el Espíritu de Jesús se cultiva en la comunidad que a su vez lo vive y comunica a sus realidades humanas.

La noche, el miedo y las puertas cerradas no dejan captar a la comunidad lo que hay fuera; obstaculizan el encuentro y no favorecen la confianza en el ser humano; no podían salir a escuchar y sentir el dolor y sufrimiento que hay fuera; no podían atender a los que estaban privados de la comunidad o excluidos.

El Resucitado en medio de la comunidad la transforma: es la mañana. Les presenta “las llagas y el costado”, su nueva identidad muy pedagógica, entendible para sus discípulos, puesto que está en conexión con la historia y vivencia que había tenido con ellos en Galilea. Vuelve a estar ahora con ellos, no se desentiende, sino que les sigue apoyando e interesándose por sus situaciones y necesidades reales. Además, ahora no se limita a restablecer aquello ya vivido en Galilea, sino que es fuerza dinámica que les hace comprenderlo y cambia la pasión, el dolor, el pecado, el sufrimiento, los miedos en alegría y gozo. El Resucitado, toma lo más débil, limitado y problemático de los discípulos, porque apuesta por lo humano y les hace entender que tienen futuro y hay esperanza a pesar de ello.

De cara a la misión, la comunidad tiene que ser creativa, pero escuchando: “como el Padre me ha enviado, así os envío yo”, ya que es la pretensión de Jesús su mismo mensaje y talante lo que tiene que tener presente: liberar, curar con el mismo Espíritu de Jesús de discernimiento, perdón, misericordia, pues se trata de alargar la humanización, la fraternidad, que Jesús quiere, no de cultivar las llamadas autorreferencias.

Un nuevo aire entró en su casa

Con el Espíritu entendieron las bienaventuranzas y les hizo personas compasivas, misericordiosas, alegres, pacíficas, limpias, … Así los que habían pretendido los primeros puestos; que no habían entendido el sentido de la cruz, del sufrimiento, de la entrega; que creían en un mesías político, por la fuerza; que tenían a Jesús como un milagrero; que no entendían por qué compartir y estar con los pobres, su vida se iluminó.

Los llamados que le abandonaron, los discípulos que le negaron, los que no le entendieron, los pobres y más limitados de la sociedad, le vuelven a sentirle a su lado como cuando comía con ellos, pero ahora llenos de su Espíritu y vida tienen que actualizar sus palabras, sus gestos, sus actitudes; tienen que dar un paso adelante confiando en que su Espíritu les va a llevar a un futuro de esperanza.

El aire nuevo que recibe la comunidad es “el aliento” de Jesús, manifestado en el perdón desparramado a raudales como único camino para construir una sociedad verdaderamente humana, junto con el discernimiento para que el mensaje de Jesús no se corrompa. Solo con el Espíritu del Resucitado se hace la misión de Jesús.

Hoy es Pentecostés

Es nuestro nacimiento como comunidad, como iglesia, nacidos con Jesús en medio y el regalo de su Espíritu. No somos, por tanto, una institución u organización sin carisma, aprisionada por estructuras y normas, dogmas y ritos. Pentecostés es un camino nuevo, basado en el amor y fuera de la religiosidad judía.

Actualizamos las palabras y gestos de Jesús, pero si no está en medio, o está solo como doctrina predicada y no como experiencia vivida que nos nutre, ¿quien nos abrirá las puertas las puertas cerradas del dialogo, del encuentro con los demás?, ¿cómo podemos decir que está con nosotros, si no tenemos alegría, nos sentimos cansados o nos autonutrimos de doctrinas, leyes, estructuras para defendernos y no perder visibilidad?

¿Quién va a quitar a la iglesia el miedo a lo nuevo, a la creatividad teológica, las reformas litúrgicas y a cambiar lenguajes atrasados a pesar de que no comunican ni ayudan a celebrar nada? Solo conservando el pasado no somos fieles al evangelio, pues el instinto de conservación es señal de miedo. ¿Quién nos va quitar el miedo a defender los derechos humanos, las tensiones y conflictos que implica ser fieles al evangelio, si nos callamos cuando no debíamos, hablamos para defendernos y vivimos una adhesión rutinaria y cómoda? En el fondo, es miedo a hacer lo que hacía Jesús: acoger a los pecadores misericordiosamente, reconciliar y no juzgar ni condenar, romper hielos razonables, con el amor asimétrico de Jesús y, un largo etc… ¿Quién nos va a quitar el miedo a emprender en la iglesia un verdadero y consecuente camino sinodal, restituir la participación de la mujer en su medida, si no es el Espíritu de Jesús?

¿Quién va a quitar los miedos del hombre de hoy? La falta de trabajo, la pobreza, la vejez, la enfermedad, el fantasma de la soledad, el sufrimiento, el fracaso, el desamor. Nos angustian las realidades, las carencias, los límites humanos y afrontarlos solos, más aún. Tememos la soledad, a pesar de que nos decimos seres relacionales y que las comunicaciones han avanzado desmesuradamente. Cuantos más medios tenemos para afrontar la vida, más miedos nos acechan. Hay inquietud y desazón por los cambios tan rápidos que se dan en nuestra sociedad, por el individualismo, el pragmatismo y la insolidaridad tan exagerada. Hay una angustia disfrazada y solapada, que suele estar ligada al sinsentido de la vida y el miedo al dolor, la muerte, por esa falta de sentido, dispersión y desorganización de la vida.

Donde crece el miedo se pierde de vista a Dios, se ahoga la bondad que hay en las personas y la vida se apaga y entristece. Es importante no perder la confianza en Dios. Si el Dios manifestado en Jesús nos da miedo, no hemos entendido gran cosa. El Dios de Jesús nos quita el miedo a Dios con su imagen tan humana y cercana que nos proyecta.

Solo el espíritu del Resucitado, aclarará nuestra confusión, falta de entendimiento, comunicación y entrega. En un mundo contaminado y con alergias, necesitamos aire puro que nos aclare por dentro y por fuera; nos de valor para testimoniarle, fuerza para no silenciarle, respetando; valor para acompañar, tocar y curar las llagas de nuestros entornos, escuchar los gemidos de las víctimas; y que el mismo Espíritu transforme el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para nosotros.

El Espíritu de Jesús quitó a los discípulos lo que confundía sus ojos, ¿quién nos proporcionará, sino Él, la paz y la alegría para superar las contrariedades de la vida y para anunciar que tenemos futuro y que hay esperanza en nosotros?

Hector de Los Rios