Misericordia, amor y salvación son las palabras claves de este IV domingo de Cuaresma. El Dios en el que creemos es un Dios rico en misericordia porque lo propio de Dios es amar a sus creaturas. El juicio de Dios es un juicio cimentado en el amor porque solo el amor nos salva. Dios nos ha amado en su hijo Jesucristo hasta el extremo. Nuestra experiencia de fe no debería ir separada de la verdad del amor de Dios, ni del compromiso que conlleva creer en un Dios que es amor.
LECTURAS:
4 Domingo de Cuaresma – 10 de marzo
Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23 :”En aquellos días, todos los jefes, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando las aberraciones de los pueblos y profanando el templo del Señor, que él había consagrado en Jerusalén…”
Salmo 136, R. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 4- :Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo …”
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21:”En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: ….Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna….”
Reflexión del Evangelio de hoy
Creer en él para tener vida Eterna
Los seres humanos queremos vivir y vivir siempre. Somos hombres de vida más que hombres de muerte. Por eso, uno de los anhelos más profundos del corazón humano consiste justamente en nuestro deseo de eternidad. Una buena amiga me decía, que “el día que muriese le daría pena dejar a todos los suyos, a todos a los que ama”. Quien ama quiere siempre tener consigo la presencia de su amado, pues como diría Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle tu no morirás jamás”.
Esta experiencia tan básica de nuestra cotidianidad se nos presenta en el evangelio como camino de fe. Si queremos vivir eternamente debemos creer en Aquel que es la Vida: Jesucristo. Por eso, para los cristianos la eternidad tiene que ver con creer en Jesús, con el modo en que nuestra experiencia con Dios es una relación de amistad. Aquí hay una clave importante para nosotros, porque nuestra experiencia de fe, no va separada de la esperanza en la Vida Eterna como posibilidad futura. Creer en Jesús, de algún modo nos abre las puertas hacia la vida en abundancia que deseamos, esto es la esperanza de lo que esperamos, y por otra parte, creer en Jesús es creer en los actos de amor que Dios ha tenido con nosotros.
Tanto amó Dios al mundo
El amor de Dios por la humanidad tiene su cenit en la entrega que hace de su hijo en la cruz. La muerte de Jesús por cada uno de nosotros es la prueba de cuanto le importamos a Dios. Un Dios que por amor nos entrega a su hijo es sin lugar a dudas, un Dios cercano y creíble. Dios de esta manera ha amado el mundo gratuitamente. Por eso, creer en Jesús es aceptar un amor que no merecíamos pero que si necesitábamos. Dios amando al mundo lo redime, lo sana. Dios es el amante que solo sabe amar.
Hay un refrán que nos dice que “obras son amores y no buenas razones”. Y la obra de amor que Dios nos muestra es el don de la entrega que hace de su hijo. Dios nos entrega a su hijo para salvarnos y para que tengamos vida en abundancia. Por eso, la muerte en la cruz es un acto de donación, un principio de bondad. Amar supone siempre donar algo de sí mismo. No hay amor sin donación, sin sacrificio y sin entrega. Dios toma la iniciativa de amarnos, de abrazar nuestra miseria, de transformar nuestra debilidad en gracia. Dios siempre ama más y ama primero. Cuando Dios ama a los hombres, lo hace sabiendo lo que somos aquí y ahora. No nos ama porque seamos perfectos o mejores que los demás. Dios cuando ama, no se fija en si tienes más o menos. Dios nos ama por lo que somos y desde lo que somos nos salva. ¿Cómo experimentamos este amor de Dios cada día? ¿Qué hacemos para cuidar el amor que Dios nos tiene?
Obrar en la verdad para acercarse a la luz
Cristo es la luz de mundo y por tanto la luz de nuestra vida. La luz que Cristo nos ofrece no es una luz que nos deslumbra, sino que nos ilumina. Esa luz tiene que ver con el cómo obramos, con el cómo hacemos las cosas que hacemos. ¿Qué hay en nuestro corazón cuando obramos de una u otra manera? ¿Actuamos desde la luz y la verdad o desde la mentira y la oscuridad? Dios nos está revelando el don que es su luz, y si queremos acercarnos a esa luz se nos pide que obremos en la verdad.
Muchas veces preferimos la mentira antes que la verdad y permanecemos caminando en la oscuridad en vez de elegir el camino de la luz. Si embargo, no estamos hecho para la mentira ni para la oscuridad. Necesitamos la verdad que salva y la luz que ilumina. La invitación de Cristo es obrar en la verdad. Por una parte, porque la verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32). Por otra parte, poque en Dios está la fuente de la vida, y su luz nos hace ver la luz (cf. Sal 36,10).
Cuaresma es el tiempo en que vamos aprendiendo el camino del amor, que no es otro que el camino de la conversión. Amar supone convertirse cada día. Nos convertimos cuando elegimos el bien y buscamos la verdad.