En nuestras ciudades, nos gusta el bullicio de las calles, iluminadas por luces de escaparates y llenas de vida con gente paseando. Sin embargo, últimamente parece que ese encanto se está desvaneciendo, dejando tras de sí una sensación de vacío. Hay cada vez más persianas bajadas y más urbanizaciones donde la gente se va a vivir, grandes complejos de viviendas, multifamiliares  y solo viviendas.

Hace poco fui a ver una exposición en el Ayuntamiento de Madrid en la que se mostraban los rótulos rescatados de los negocios desaparecidos de la ciudad, y pensé ¿Dónde están aquellos pequeños negocios locales que solían ser el alma de nuestros barrios?  Esas tiendecitas con nombre y apellidos, que muchas veces amontonaban más productos que los expuestos en la primera página del buscador de Zara.

Pero últimamente, la vida en las calles parece perder su brillo. Se desvanece como un suspiro en el viento. ¿Qué está pasando? ¿Dónde se fueron aquellos comercios locales que solían ser el corazón de nuestros barrios? Me sorprende cómo la gente parece no importarle mientras siga habiendo un bar junto su portal, o un supermercado abierto los domingos. Lo que no ven es que estamos perdiendo mucho más que simples locales comerciales, estamos perdiendo una parte fundamental de nuestra identidad local.

El tejido de barrio se deshilacha mientras dejamos que las grandes corporaciones se adueñen de nuestras calles. Ya no hay lugar para la sorpresa, todo nos llega por correspondencia desde Amazon, sin personalidad, sin ese toque especial que solo el tendero de toda la vida podía ofrecer. Estamos cediendo el control de nuestra economía local a las manos frías de las multinacionales, y lo peor es que ni siquiera nos damos cuenta.

Esta transición hacia un modelo de consumo cada vez más digitalizado también está contribuyendo al aumento del consumismo desenfrenado, donde la reparación de objetos ha sido relegada a un segundo plano en favor de la compra de productos nuevos.

Sin ir más allá, el otro día quería reparar mis zapatos, y me di una vuelta por la calle principal de mi barrio, todo barrio tiene una artería comercial, además de una plaza con mercado (los cuales se están reinventado para no morir, una alegría).  Aún quedan zapaterías, porque otra cosa no, pero en Madrid no será por falta de zapaterías, pero ya no arreglan zapatos. La alternativa, iniciar una búsqueda exhaustiva y recorrerme varios kilómetros para encontrar un taller. La solución más fácil, comprarme unos nuevos.

Eso a gran escala es un desastre total. Las cosas, como las relaciones en esta modernidad líquida, parecen tener una vida limitada, no hay un apego real. ¿Pero cómo lo va a tener si lo compraste en 5 minutos, con un clic de ratón, te llegó embalado de la mano de un desconocido y reponerlo es más barato que arreglarlo?

Esta cultura del descarte solo alimenta el consumismo desenfrenado, sin detenerse a pensar en las consecuencias para nuestro entorno. Nos están metiendo un gol por la escuadra. Ahora parece magnifico, pero cuando no podamos regular los precios porque hay dos o tres canales de venta únicamente, ya no sonreiremos tanto.

Pero aparte del impacto económico, lo que más me apena, es que esta falta de comercio local y de proximidad también afecta al tejido social de nuestras comunidades. Antes, conocíamos a nuestros vecinos y establecíamos relaciones significativas con quienes nos rodeaban. Ahora, la desconexión en las grandes ciudades es evidente, sobre todo entre las generaciones del 2000 y adelante, y con ella se pierde ese sentido de pertenencia y solidaridad que solíamos compartir.

Los comerciantes locales, aquellos que alguna vez hipotecaron sus casas o heredaron el negocio de sus padres, se encuentran perdidos en un mundo que cambia demasiado rápido para ellos. Han intentado adaptarse, pero muchas veces les falta la formación y la visión necesaria para hacerlo con éxito.

Sin embargo, hay esperanza, tal y como está pasando con las fincas cafeteras pequeñas en Colombia, ante la imposibilidad de competir contra gigantes la alternativa está siendo la especialización, café de especialidad, ropa de diseño hecha a mano, pastelería artesanal etc.

Cada comerciante debe encontrar su propio camino en este nuevo paisaje digital, construyendo relaciones sólidas con sus clientes y adaptándose a las necesidades cambiantes del mercado. Solo así podremos mantener vivo el espíritu único y vibrante de nuestros barrios. Y por nuestra parte, como consumidores, aunque desde el sofá se compre muy a gusto, si queremos tener barrios en los que nos sintamos acogidos, tenemos que interactuar con ellos.

Isabel Ortega Ruiz

Isabel Ortega Ruiz

Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.