A lo largo del siglo XX se sucedieron, con mucho éxito y en muchas partes, la arquitectura moderna, primero, principalmente la racionalista, luego la posmoderna, heredera de la orgánica, y, finalmente, la llamada espectáculo, la que pronto pasó de moda, generando una crisis en la arquitectura, la que se evidencia, ya mucho más, en lo que va del XXI, a lo que se suma la carencia actual de críticos y estudiosos del tema, y la banalización de las revistas.

              Aquellas fueron tendencias efímeras que, junto con el gran desarrollo de la construcción, que permitió construir cualquier cosa, le hicieron mucho daño a no pocas ciudades; además los ejemplos que se solían seguir eran de Europa y Estados Unidos, y siempre sin considerar sus peculiares circunstancias geográficas e históricas, mientras que lo tradicional y reinterpretación local absurdamente se ignoraba y menospreciaba  precisamente por serlo.

              El oficio de proyectar edificaciones y espacios urbanos -que se aprendía trabajando con un maestro,  ahora una profesión que se enseña en las universidades por profesores que poco lo practican- debería consistir en cómo reutilizar, mediante una arquitectura regenerativa, todo lo que se encuentra en un sitio, incluyendo la imagen de su entorno, integrando lo pertinente de lo tradicional y lo más indicado de lo moderno, para volverlo un lugar mejor construido y gratamente habitable.

              La historia de la arquitectura se debería centrar en cómo se respondió en diferentes épocas y regiones a lo anterior, en relación con su emplazamiento, función y construcción, y no solo sus formas resultantes; para lo cual es ineludible trabajar con conceptos y palabras precisos; y finalmente está el pertinente asunto de la relación de la arquitectura con las ciudades, usualmente ignorado, en las que estas deberían primar; y el de los ejemplos pertinentes para cada caso.

              Es preciso entender que para que una edificación sea construible económicamente, en el mejor sentido del termino, su proyecto debería partir de los materiales, componentes y mano de obra disponibles y asequibles, para seleccionar un sistema constructivo con el cual sea posible concebir espacios seguros, funcionales, confortables, emocionantes y ecológicos, y que sean fácilmente re acomodables, y renovables en el futuro para no tener que demolerlos.

              Siempre todo proyecto de arquitectura debería partir de lo técnico pero desarrollarlo artísticamente, como lo fue siempre en este oficio y no lo contrario, como en las otras artes visuales, partiendo de un capricho “artístico”, los que con el avance de la construcción lamentablemente son posibles; en otras palabras, que para una edificación común el arte debe estar al servicio de la técnica y no lo contrario, cómo en los monumentos de verdad pues ya son otra cosa.

              Y si la edificación dada está ubicada en una ciudad, el proyecto debería partir de estudiar su entorno urbano inmediato  y luego el general del sector, y si esta en el campo, entonces del entorno natural circundante; y en ambos casos para mejorarlos discretamente, y siempre tener presentes los ejemplos más pertinentes, tanto locales como además, eventualmente, de otras partes, pero considerado a fondo sus diferencias geográficas e históricas más significativas.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.