Para Aristóteles, hace casi 2.500 años, la ciudad es la asociación de familias y aldeas para una vida perfecta y autosuficiente, feliz y bella; y actualmente la calidad de vida busca en ellas bienestar físico (salud, seguridad), material (ingresos, pertenencias, vivienda, transporte, etc.), social (relaciones personales, amistadesfamilia, comunidad), desarrollo (productividad, contribución, educación), bienestar emocional (autoestima, mentalidad, tolerancia, espiritualidad), y educación cívica, pues, como pensaba Sócrates, nada enseñan la tierra y los árboles, sino los hombres en la ciudad.

Considerando que cada vez más gente vive en ciudades, la calidad urbana de estas es definitiva para la calidad de vida de sus habitantes; y esa calidad urbana depende no apenas de la calidad de sus servicios públicos (energía, agua, alcantarillado, basuras y telecomunicaciones), la movilidad en ella (transporte público y privado), y la existencia de lugares de educación, salud, cultura, gastronomía, recreación y deportes, de calidad y accesibles; y por supuesto de la calidad  de la vivienda, pero ya no dependerá de su tamaño y costo más sí de su arquitectura, pues aún la más pequeña y económica puede ser emocionante.

Como dice Ortega y Gasset, la ciudad no es primordialmente un conjunto de casas habitables, sino un lugar de “ayuntamiento civil, un espacio acotado para funciones públicas”. Y como ya se puede comprobar, las ciudades medianas tienen mejor calidad de vida, la que es difícil de conseguir en las más grandes a menos de que se las subdivida en varias ciudades dentro de la ciudad, que pasarían a ser similares a las medianas, pero con la ventaja de poder acceder a la otras en poco tiempo para disfrutar de sus peculiaridades, las que habría que identificar y propiciar las más convenientes.

La ciudad es el escenario de la cultura, y, con el idioma, la obra de arte más grande del hombre; “prohíja el arte y es arte” anotó Lewis Mumford. Atrae personas inteligentes y permite que colaboren entre sí señala Edward Glaeser. Y para Ben Wilson son el mayor invento de la humanidad. Y justamente por eso es muy pertinente leer de nuevo a Manuel Antonio Carreño (Caracas18121874 París), músicopedagogo y diplomático venezolano, quien  escribió su “Manual de urbanidad y buenas maneras / de consulta indispensable para niños, jóvenes y adultos”, en 1853 o 1859.

No son pocas las ciudades cuya calidad urbana significa calidad de vida para sus habitantes, que ya son urbanitas, y sus visitantes cultos, y que ayudan a que los simples turistas que llegan a ellas se conviertan en respetuosos viajeros. La pregunta es, entonces, por que 2.500 años después de Aristóteles muchos no entienden que su calidad de vida depende de la calidad urbana de la ciudad en que viven, y esta de la calidad de su urbanismo, paisajismo, arquitectura, diseño y construcción, más educación cívica; y unas autoridades municipales que lo entiendan así y lo controlen, y protejan su patrimonio cultural.

Benjamin Barney Caldas

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.