Los Apóstoles son los «testigos» privilegiados del ministerio, la muerte y resurrección del Señor. Nuestra fe se apoya en su valiente testimonio, puesto a prueba después de la experiencia de Pentecostés. La fuerza y la guía del Espíritu Santo les impulsó a salir sin miedo a las calles de Jerusalén para anunciar el misterio de Cristo, por el que Dios reconcilió a toda la humanidad. La llamada a la conversión resuena en Pascua con tanta fuerza o más que en cualquier otro tiempo litúrgico.

También nosotros, como los Apóstoles, estamos llamados a testimoniar al amor de Dios por la humanidad, un amor que le movió a enviarnos a su Hijo querido para que nos mostrara con la mayor claridad posible la grandeza de este amor y su firme voluntad de salvarnos, incluso pagando un precio muy alto. Como decía Hans Urs von Balthasar, «solo el amor es digno de fe». Dios es digno de ser creído porque en el misterio pascual nos ha mostrado hasta qué punto ama a la humanidad y a cada uno de los miembros que la componemos. Quien ha experimentado en su vida la grandeza de este amor, no puede sino volverse a Dios de todo corazón y corresponderle con todo su ser.

«Jesús les dice: ‘Venid y comed’»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós(Barcelona, España)

Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.

Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!

Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. ¿De qué vida? De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Para demostrarles la veracidad de su resurrección, se dignó a comer con ellos, para que viesen que había resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario» (San Beda)
  • «¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión» (Francisco)
  • «El encuentro con Jesús resucitado se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’ (Jn 21,7)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 448)

 JESUS SE  APARECE  ASUS  DISCIPULOS

Los Apóstoles son los «testigos» privilegiados del ministerio, la muerte y resurrección del Señor. Nuestra fe se apoya en su valiente testimonio, puesto a prueba después de la experiencia de Pentecostés. La fuerza y la guía del Espíritu Santo les impulsó a salir sin miedo a las calles de Jerusalén para anunciar el misterio de Cristo, por el que Dios reconcilió a toda la humanidad. La llamada a la conversión resuena en Pascua con tanta fuerza o más que en cualquier otro tiempo litúrgico.

También nosotros, como los Apóstoles, estamos llamados a testimoniar al amor de Dios por la humanidad, un amor que le movió a enviarnos a su Hijo querido para que nos mostrara con la mayor claridad posible la grandeza de este amor y su firme voluntad de salvarnos, incluso pagando un precio muy alto. Como decía Hans Urs von Balthasar, «solo el amor es digno de fe». Dios es digno de ser creído porque en el misterio pascual nos ha mostrado hasta qué punto ama a la humanidad y a cada uno de los miembros que la componemos. Quien ha experimentado en su vida la grandeza de este amor, no puede sino volverse a Dios de todo corazón y corresponderle con todo su ser.

«Jesús les dice: ‘Venid y comed’»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós(Barcelona, España)

Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.

Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!

Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. ¿De qué vida? De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Para demostrarles la veracidad de su resurrección, se dignó a comer con ellos, para que viesen que había resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario» (San Beda)
  • «¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión» (Francisco)
  • «El encuentro con Jesús resucitado se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’ (Jn 21,7)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 448)
Hector de Los Rios