Cada día cada vez más personas por casi todo el mundo tienen que vivir en ciudades cada vez más pobladas y que han crecido mucho y muy rápidamente, como es el caso de Cali, pero cada vez hay menos urbanitas en estas: solo nuevos habitantes provenientes del campo o de pequeños poblados, que aún desconocen lo que deben ser las ciudades en el siglo XXI: su urbanismo, paisajismo, arquitectura, diseño y construcción. Y es muy preocupante que eso también suceda con sus políticos, gobernantes, dirigentes y empresarios; y que los profesionales de esos temas poco sepan de los otros.
Se trata de un nuevo urbanismo empático, ecológico, evolutivo, ejecutable y educativo; que identifique a los ciudadanos con su ciudad; que proteja el medio ambiente; que desarrolle la ciudad; que se pueda llevar a cabo; que lleve a los habitantes a comportarse cívicamente, a ser urbanitas familiarizados con otras culturas y costumbres y abiertos a ellas, pero sin perder las propias y por lo contrario valorarlas y conservarlas, o renovarlas si es el caso; pero para beneficio de todos lo que solo se podrá hacer cuando también sean al mismo tiempo ciudadanos democráticos.
Un paisajismo renovable, resistente, regional, resiliente y recreativo; que sea duradero y que sus árboles, matas y prados se puedan reemplazar fácilmente cuando sea necesario; que no lo afecten los intempestivos cambios del clima; que sea originario de cada sitio pero que su variedad y combinación sirva para identificar cada lugar en la ciudad al contemplarlos; que sea fácil de mantener y resistente a situaciones inesperadas; que sea un paisajismo lúdico, divertido, ameno y entretenido según sea lo más lo indicado para cada calle, avenida, paseo, parque o zona verde.
Una arquitectura renovadora, regenerativa, revitalizadora, regionalista y resistente; que emociones discretamente y evolucione la imagen de su entorno o que lo cambie si es lo pertinente; que utilice todo lo que exista en cada lote y lo ya construido en el si lo hay; que responda a la geografía (relieve, vegetación y clima) e historia (hitos, tradiciones, costumbres y usos) de cada lugar; que sea la indicada ante el cambio climático no generando en su construcción y uso gases de efecto invernadero; y que sea resistente ante amenazas como sismos, huracanes, inundaciones, incendios.
Un diseño adecuado, ajustable, antideterioro, agradable y armónico; que sea el más indicado para el equipamiento urbano: estaciones y paradas del transporte público, colores de sus vehículos, puestos de policía y vigilancia; igual para su mobiliario: bancas, bebederos, basureros, depósitos de basuras, estacionamientos de bicicletas y patinetas; y para su señalización: nomenclatura, señales de tránsito, demarcación de vías, placas de información; y que, aunque sea producido industrialmente en serie, contribuirá a la imagen de los diferentes espacios urbanos públicos de la ciudad.
Una construcción económica, ecológica, eficiente, ejecutable y expresiva; que parta de evaluar la relación costo/beneficio para decidir cuál es el sistema más indicado; que consuma menos agua y energía tanto en sus materiales como en sus componentes y en la obra misma; que cumpla eficientemente con su propósito explícito y con las normas vigentes; que se pueda llevar a cabo en el lugar y momento según sea cada caso; y que, en la arquitectura, con la que debe volver a formar un todo integral, su apariencia final y envejecimiento previsible colaboren a que emocione.
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011.