En este V Domingo de Pascua, la liturgia nos invita a permanecer unido al Señor, alimentándonos de su Palabra y Vida para dar abundantes frutos como verdaderos discípulos.
Por eso, el Evangelista Juan nos invita a permanecer en Cristo. Permanecer en el Resucitado consiste en permanecer en su amor. No se trata de una permanencia simplemente afectiva y emocional. Es la permanencia práctica y eficaz que crea y sostiene una relación interpersonal. Una relación no se sostiene porque digamos diez veces al día te quiero mucho, sino cuando se afianza un compromiso con la vida y el bien del otro.
Permanecer en Cristo es también someternos a las tijeras de Dios que poda en nosotros todo aquello que impide el crecimiento y la riqueza de una relación que supera toda frontera. La permanencia regala consistencia, fortalece el sí de nuestra autenticidad y solidez, y hace posible la estabilidad en algo. Ser estables no es estar quietos y sin modificar nada. Ser estable es poder involucrarnos, comprometernos y perseverar en aquello con que nos hemos comprometido.
Las comunidades, las familias y los pueblos saben de Pascuas. Saben de pascuas porque saben de amor. Aparentemente, cuando acontece la Pascua, nada cambiará y el mundo seguirá igual. Pero nosotros, los cristianos, tenemos la certeza de que lo esencial ha cambiado y desde nuestra raíces en el corazón de la tierra, nos resulta más cercano el cielo porque hemos resucitado a una vida nueva, dichosa y plena.
LECTURAS:
5 Domingo de Pascua – 28 de Abril
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31:”… Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús….”
Salmo 21, R. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 3, 18-24:”Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras…”
Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 1-8:”En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:”«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto…”
Reflexión del Evangelio de hoy
Celebrar la Pascua de Resurrección en nuestras vidas
La pascua es la fuerza de Dios para que nos arriesguemos a lo nuevo. El Resucitado nos invita en tiempo pascual abrir las ventanas de la cabeza, del corazón y de la vida. Que el aire nuevo nos sacuda, que renueve los rincones de penas y rencores archivados, que cambie el aroma de nuestra casa porque el Resucitado nos llenará de esperanza y amor. Nos regala ojos nuevos y una nueva manera de entender todas las cosas.
Celebrar la resurrección es algo más que comer un huevo de chocolate o saludar efusiva y alegremente a nuestros hermanos. ¿Se traducirá y se mostrará como una salida de lo viejo y rutinario hacia un anuncio vivo y alegre que proclama que Dios, de verdad, ha hecho nuevas todas las cosas?
La resurrección es un presagio esperanzador que comienza a germinar allí donde parece que no se puede más y todo se termina. Resurrección es la sonrisa del enfermo desde el lecho en el que hasta ayer agonizaba. Resurrección es el abrazo que da calor cuando nos encontramos frete a una situación que parece que no tiene solución. Resurrección es ese brote, tan frágil que hasta un golpe de aire puede matarlo, y que despunta después de mil heladas. Resurrección es que lo va creciendo como lo que ya no puede ser vencido ni por el dolor, ni por la mentira, porque la fuerza de un amor fuerte acunado y acrisolado en muchas batallas a muerte. Parece que todo termina, pero no. Para el que espera, la salvación siempre está por llegar.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos
Celebrar la Pascua es celebrar que Cristo vive y está con nosotros. ¿Qué significa esto? La metáfora de la vid y los sarmientos nos señala que no está ante nosotros, sino en nosotros. San Pablo habla de ser en Cristo y con ello refiere a algo más unido a nosotros, algo más que una ayuda presente o un buen ejemplo.
El Resucitado vive de una manera nueva entre nosotros y hace que esta unión sea más íntima a través de nuestra vida en Él. Dado que podemos participar en su vida y crecer en ella, también estamos unidos y participamos de su libertad. No hay alguien fuera, que nos acepta, sino que en nosotros está aquel que nos libera de todo lo que nos impide crecer y seguirlo.
Vivir con Cristo significa vivir con una meta y dar forma a nuestra vida con Él, desde Él, en Él. Quien permanece unido a mí como yo permanezco unido a Él, ése dará mucho fruto (Jn 15,5). No solo frutos del bienestar, la seguridad, la satisfacción, sino los frutos que pueden hacer nueva nuestra vida. Vivir con Él es vivir como Él, como sarmientos que reciben el alimento y la fuerza desde la vid. ¿Cómo reconocemos que es así? Mirando nuestra cosecha. Si vivimos con Cristo, sembramos semillas y cosechamos frutos que no tienen una forma material, sino que son el contenido de una propuesta diferente y mejor a la de un mundo egoísta, materialista y consumista.
¡Cuán diferente podría ser el mundo si los cristianos, fuéramos, en el corazón de la humanidad, testigos de la resurrección capaces de transparentar en nuestras vidas al Resucitado para que nos ayude a construir una Iglesia más evangélica y evangelizadora!
En síntesis, Nuestros frutos ¿son los que se tiran y pudren o de lo que dan gloria al Padre?, ¿Soy capaz de renovar e inyectar vida nueva en mis pensamientos, opiniones y rutinarias?