VIDA NUEVA

En la puerta misma de la Navidad, se nos ofrece un domingo para, personal y como comunidad cristiana, no nos dejemos robar la navidad. Si nos roban el motivo de la Navidad que es Jesús mismo y su protagonismo en nuestra vida, nos dejamos despojar de un tesoro fecundo que ninguna campaña comercial, ni ninguna costumbre social podrá sustituir. Las fiestas navideñas tienen múltiples y valiosos valores: la familia, los niños, la alegría, el desearnos la paz y un buen año nuevo. Pero sin el valor central: Cristo con nosotros, todo puede quedarse en meros deseos que no alimentan ni esperanza, ni cambios a mejor.

LECTURAS:

4 Domingo de Adviento     –      24 de diciembre

Lectura del segundo libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16:”,,, En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. …”

Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 16, 25-27.· Hermanos: Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que proclamo, …”

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38_”En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,…·”

Reflexión del Evangelio de hoy

Tenemos que reconocer que este año el celebrar el cuarto domingo de adviento el día 24 de diciembre, víspera misma del día de Navidad, el 25, nos complica mucho el poder aprovecharlo como lo que debería ser: un momento sereno, contemplativo y reflexivo ante el gran misterio de la celebración del nacimiento de Cristo.

Efectivamente, lo queremos o no, cada uno de nosotros se sentirá urgido y empujado por los preparativos: las últimas compras, los adornos, las comidas, los trajes, etc., etc. Y, junto a ello, otra urgencia y otro empuje más complicado y difícil de vivir e integrar: la cantidad de sentimientos que están unidos a la fiesta de navidad, que se acumulan en nuestra memoria y en nuestro corazón, y que no sólo dependen de nosotros, sino también de otras personas: la navidad es la fiesta de los niños (pero también de sentimiento agridulce de nuestra infancia ya perdida); de la familia (y del doloroso  recuerdo de los ya idos, o la posibilidad de que, al estar juntos por obligación, surjan más fuertes e hirientes las desavenencias familiares); los momentos de la abundancia y la alegría en el compartir (y también de consumismo y la chabacanería). Y junto a ello, esa carga, para muchas personas, demasiado pesada: el deber social, la presión de tener que alegrarse por obligación y a fecha fija.

Demasiadas cosas, repito, que nos impiden vivir el sentido profundo de la Navidad. La celebración de las fiestas navideñas, nos roba la posibilidad de una navidad celebrada por ella misma.

La clave es preguntarse: ¿será una navidad sin Niño. Porque lo que nos roba la navidad es que olvidamos al protagonista que es la causa de la alegría, el regocijo, la familiaridad, la fiesta. Y sin ese Niño, con nombre propio, llamado Jesús de Nazaret, y sin su programa de cambio personal y social que se llama Evangelio, celebraremos, queramos o no, una navidad sin navidad.

Tal vez creamos que lo más simple y coherente sería dejar de celebrarla y encerrarnos en la tristeza o en la monotonía de lo cotidiano, pero las lecturas de este domingo nos muestran otras actitudes más básicas y positivas: la receptividad, la admiración, el agradecimiento, la disponibilidad. En la lectura del 2º Libro de Samuel, David quiere llevar la iniciativa, piadosa por supuesto, de edificar un templo a Dios, una casa para el Señor. Y Yahveh le cambia la perspectiva; es Él mismo el que se está preocupando y seguirá preocupándose por David y su casa, su familia.  Por eso, surgen espontaneas, como respuesta, las palabras del salmo: “Cantaré eternamente el amor del Señor”.

San Pablo nos invita a exultar de alegría por el gran regalo que nos ha hecho: al mismo Jesucristo; a reconocerlo con inmenso agradecimiento, como obra de un amor que nos afianza, nos afirma, nos hace firmes, en el camino de la vida.

Y la escena de la Anunciación a María, tiene la misma atmósfera: la desproporción abismal entre el don de Dios, su amor y su acción en una pobre chiquilla campesina y la realidad de esta. El poder de la acción de Dios que la hará, (eso sí, si ella libremente consiente) en Madre de Dios y posteriormente en madre nuestra. María se admira, pregunta inteligentemente, acepta con disponibilidad, y, llena de gratitud, cantará después el Magníficat: “el Poderoso ha hecho obras grandes en mí. Por eso proclama mi alma la grandeza del Señor”.

Navidad con Niño, con Jesús en el centro, es la posibilidad de hacer una fiesta con contenido y profundidad, en la que sean, cual sean otras circunstancias difíciles o dolorosas, tiene sentido el festejar porque nos hace más humanos, más divinos, más hermanos, más humanizadores.

Hector de Los Rios