El nombre de esta ciudad como muchos sabrán, tiene su raíz en las palabras indígenas “Chicaquicha” y “Zipa”.

La primera palabra significa Pie del Zipa, y Zipa era como se le llamaba al líder o padre en la lengua de la tribu de los Muiscas, quienes vivían en la ladera de la sierra, donde se hallaban las minas de sal, que son explotadas desde la época precolombina y que jugaron un papel muy importante en el desarrollo de la zona,  dado que durante un tiempo la sal fue la moneda de cambio para conseguir productos y bienes de otras regiones.

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¿Cómo acabé en esta ciudad?

A pesar de que conocía de la existencia del lugar por la famosa catedral de sal, una de las maravillas de Colombia, no tenía intención de visitarla dado que estoy cansada de ver catedrales, en Europa hay casi más que bares, por lo que no iba a ir “de propio[i]” como dirían los aragoneses.

Sin embargo, los planes cambian y los viajes como la vida son dinámicos y parecen tener decisión propia.

Mi experiencia en Zipaquirá comenzó con un encuentro especial. Un amigo del despacho donde trabajaba, colombiano, me invitó a visitar esta ciudad encantadora y poder así comer juntos. A pesar de llevar años comunicándonos por e-mail a diario solamente habíamos coincidido una vez en Madrid, por lo que me hacía mucha ilusión volver a verle.

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Nos encontramos directamente en la puerta de las minas de sal donde se encuentra la catedral de sal, una joya arquitectónica situada a 180 metros bajo tierra llevando así la arquitectura religiosa a límites insospechados. Esta moderna construcción, obra de Roswell Garavito Pearl en los años noventa, es un monumento impresionante que abarca diez hectáreas. La catedral se divide en tres secciones, con un túnel simbólico que lleva a un vía crucis, una cúpula que simboliza la unión entre la Tierra y el cielo, y una nave central que representa la vida, la muerte y la resurrección.

La visita fue entretenida, aunque está muy enfocada al turismo, hay grandes tiendas de esmeraldas, puestos de comida y otras tiendas con souvenirs, por lo que la magia del lugar se difumina un poco al finalizar en lo que parece un centro comercial. Con tanto dato interesante no tuvimos la oportunidad de ponernos al día, por lo que nos dirigimos al centro del pueblo y comimos en el restaurante “Casa del Chorro Francachela,” donde disfrutamos de una fusión culinaria criolla: platos internacionales versionados con productos locales como la quinoa o la panela, una apuesta muy equilibrada. La decoración dedicada a las poesías y cuentos de José Rafael Pombo Rebolledo añadió un toque literario al ambiente.

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Leí un par de poemas pintados en la pared, el renacuajo paseador y la pobre viejita y llegué en ambos casos a la misma conclusión. Hoy en día, no se publicarían, no se considerarían aptos para niños, aunque quizás me equivoque. ¿Qué opinan ustedes?

Después de la comida nos despedimos porque, aunque yo no trabajaba al día siguiente, César sí. Por la tarde exploré el pueblo, que a pesar de tener un pequeño casco histórico estaba muy vivo, con un montón de pastelerías que me llamaban a seguir agrandando la curva de mi felicidad, mi barriga. Acabé comprando cocadas y otros dulces con frutos secos caramelizados.

En ese momento me encontré por sorpresa con un edifico que leía en su fachada “CASA DEL NOBEL GARCÍA MÁRQUEZ”. Sin embargo, no se trataba de su casa sino del antiguo Liceo Nacional de Varones, donde hizo sus últimos cuatro años de bachillerato donde dicen que descubrió su pasión por la literatura.

Me quedé un rato sentada en los bancos de la plaza principal, la plaza de los comuneros donde se encuentra la catedral y otros edificios de estilo colonial muy bien conservados, entre ellos el imponente Palacio municipal, que antes era la sede de la administración de la sede de Salinas construida por el Banco de la república, cuando gestionaba la producción de sal en Zipaquirá. En este sentido, se nota que en el municipio y alrededor el nivel de vida es superior a otras zonas de Colombia, y el clima me pareció mucho mejor que en la capital, a pesar de estar a tan solo una hora en coche de la misma. Recargada de vitamina D después de pasear me puse a buscar el autobús que me llevara de vuelta a Bogotá. Entonces, descubrí que hay una manera “original e histórica” de visitar esta ciudad, que de haberlo sabido sin duda hubiera probado.

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Se trata de un tren que anteriormente unía la capital con sus alrededores, cruzando la “sabana de Bogotá” (no le falta un ecosistema al país), que dejó de estar en uso hace años y que se ha recuperado de forma turística para proporcionar una experiencia ligada a las raíces del país y sus tradiciones.

Aunque mi visita a Zipaquirá fue corta fue muy provechosa y me conectó de nuevo con la intención inicial de mi viaje, encontrarme con mis conocidos y amigos de esta latitud del mundo.

[i] Ir de propio:  ir a un sitio a propósito, dejando de hacer algo o ir de forma específica.

Isabel Ortega Ruiz

Isabel Ortega Ruiz

Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.