En este domingo, último del mes de julio, nos encontramos prácticamente en el ecuador del verano. En la celebración de la Eucaristía se nos brinda una nueva ocasión de proclamar, acoger y reflexionar la Palabra de Dios, que siempre nos interpela y aporta dimensiones nuevas y necesarias para nuestra vida creyente.

Durante cinco domingos vamos a leer casi en su totalidad el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Debemos estar muy atentos porque este evangelista usa muchos símbolos. Hoy se nos presenta la narración de la multiplicación de los panes y los peces.

El evangelista san Juan subraya como ningún otro, el carácter eucarístico de la multiplicación de los panes. Para las primeras comunidades cristianas la Eucaristía no era solo el recuerdo de la vida, la muerte y la resurrección del Señor; era también una anticipación de la fraternidad del Reino de Dios. Toda eucaristía ha de estar orientada a crear fraternidad.

No podemos escuchar el evangelio cada domingo sin reaccionar a las llamadas del Señor. No podemos pedir al Padre “el pan nuestro de cada día” sin acordarnos de tantos y tantos que tienen enormes dificultades para conseguirlo cada día. En definitiva, no podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios; más humanos y más hermanos.

LECTURAS:

DOMINGO 17 DEL T.O.            –  28 DE JULIO

Lectura del Libro segundo de los Reyes 4, 42-44:”En aquellos días, acaeció que un hombre de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo:
«Dáselo a la gente y que coman»….

Salmo 144,  R: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 4, 1-6:”Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. …”

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 1-15:”… dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?»…

Reflexión del Evangelio de hoy

Saber ver las necesidades de la humanidad

En el relato del evangelio todo comienza gracias a que Jesús cruza a la otra orilla del lago de Galilea. Desplazarse físicamente de un lugar a otro es una manera de expresar que es necesario salir de nuestros ámbitos seguros y conocidos, de lo que ahora solemos llamar espacios de confort, para abrirnos a otras realidades.

Una vez más Jesús sube al monte, invitándonos a todos a que ascendamos en nuestro nivel de ver, comprender y reflexionar sobre la vida, sobre tantas situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia.

Como en otras ocasiones, mucha gente le sigue, no tanto para recibir una enseñanza, cuanto para obtener soluciones, resultados a sus problemas en la vida. El mensaje de Jesús parece convencer, pero, al fin y al cabo, también nosotros preguntamos ¿qué hay de lo mío? Porque muchos dicen cosas bonitas, pero las cosas bonitas no nos sanan, ni nos solucionan nuestros problemas.

Jesús sale siempre al encuentro de las personas, de cada uno de nosotros; su mirada sabe ver las necesidades, siente compasión por todos: ¿cómo alimentaremos a todos estos? Se hace cargo del mundo, no vive ajeno a nosotros, a lo que nos pasa.

Este es uno de los rasgos que más caracteriza a Jesús: que el drama de los otros, de cada persona, sean quienes sean (ricos, pobres, buenos o malos…), es siempre el suyo. No es indiferente a nada ni a nadie. Contemplar a la humanidad siempre le suscita la misma pregunta: ¿qué puedo hacer yo?

Hemos de reconocer que los discípulos, aquellos de la primera hora, y nosotros, no tenemos esa mirada tan profunda. Solo ven, solo vemos, cinco panes y dos peces (¿qué es esto para tantos?) Incluso pretendemos quitar el problema despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas. Cuántas veces actuamos desde esta falta de compromiso y de responsabilidad.

La mirada de Jesús, su vida, sus actitudes, nos enseñan a hacernos cargo de lo que hay en los otros, y asumirlo como si fuera propio. Así lo dice una y otra vez, y sobre todo, así obra y actúa desde una plena coherencia.

El milagro de la solidaridad

¿Qué vemos en nuestro mundo? A poco que alcemos la mirada, podemos ver mucho sufrimiento, guerras, dolor, muertos, hambre, necesidades, refugiados… ¿Dónde está tu hermano? (Génesis) ¿Qué le pasa, qué necesita, qué puedes hacer por él? Nos tiene que importar la suerte de toda persona ¿Cómo es posible que no hagamos nada, o más bien poco, para superar esas situaciones tan graves, tan inhumanas? En un mundo que decimos tan avanzado, civilizado, desarrollado…

Los cristianos en esto deberíamos ser los primeros, los más comprometidos en dar la talla, colaborando en la misma misión de Jesús.

El mundo llamado desarrollado, las sociedades del bienestar, seguimos teniendo una gran responsabilidad y deuda con esa parte de la humanidad privada de los bienes que tantas veces derrochamos. No tenemos “perdón de Dios”, si no compartimos. Necesitamos alimentarnos para vivir, pan material y otros bienes; pero también pan espiritual.

Todas esas personas son hombres y mujeres, niños, ancianos… hermanos nuestros, hijos de Dios. Poseen la misma dignidad de personas, todos por igual. Y la respuesta de Jesús, el Maestro, no es recurrir a Dios, como habitualmente hacemos nosotros, sino precisamente a sus seguidores: “dadles vosotros de comer”.

¡Cómo hacerlo con tan poco…! Es nuestra fácil excusa. Tenemos que convencernos de partir de lo que hay, de que de lo poco, de lo pequeño, surge el milagro, la generosidad, la solidaridad… ¡milagro porque termina sobrando! Lo hemos escuchado también hoy en la primera lectura, cuando el profeta Eliseo insta a repartir panes, porque dice el Señor: “comerán y sobrará”.

Lo que tenemos se multiplica si, en primer lugar, todo lo que está a nuestro alcance lo reconocemos como dones, como regalos, y los agradecemos. El verdadero milagro acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes. Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios.

Para entender debidamente este relato, hemos de ponerlo también en relación con otros muchos textos bíblicos de comidas y con la imagen simbólica del banquete del Reino, en el que Dios Padre quiere que todos tengamos sitio.

Siguen haciendo falta gestos y milagros de solidaridad en nuestro mundo ¿Estamos dispuestos a seguir en este empeño?

¿Seremos capaces de olvidarnos de los más necesitados, de tantos excluidos, de todos los sufrientes de hoy?

Aunque sea con muy poco, con nuestro trozo de pan, pero juntos, desde la generosidad, podemos hacer mucho bien, multiplicado. Y sentirnos así miembros de la única Familia Humana, hijos de Dios, hermanos de todos y seguidores fieles del Señor Jesús.

Hector de Los Rios