VIDA NUEVA
Por medio del profeta Isaías, el Señor infunde esperanza y consuelo a su pueblo, pues regresará junto a él, le perdonará y, cariñosamente, le tomará en brazos. Por eso pide que desde Sion se envíe un emisario que anuncie en el desierto: «Preparad el camino del Señor».
Proclamando el salmo 84, escuchamos esperanzados la promesa del Señor. Él vendrá a traernos la paz y la justicia, la misericordia y la fidelidad, la salvación y la gloria.
En su segunda carta, san Pedro nos anuncia que el Señor regresará en algún momento. No sabemos cuándo, pero es seguro que lo hará. Por ello debemos tener paciencia, procurando estar siempre bien preparados, para que el Señor nos encuentre en paz, limpios e irreprochables.
San Marcos comienza su Evangelio hablándonos del anuncio de san Juan Bautista. Él es el mensajero del que nos habló el profeta Isaías, el que proclama en el desierto la venida del Salvador, y el que ayuda al pueblo a prepararse para tal acontecimiento. Así es, san Juan Bautista ofrece al pueblo un purificador bautismo de arrepentimiento y conversión interior, para que todos los que lo deseen puedan vivir el Reino de Dios.
LECTURAS:
2 DOMINGO DE ADVIENTO – 10 DE DICIEMBRE –
Isaìas 40, 1-5. 9-11
Salmo 84:”Muestranos, Señor tu misericordia…
II Carta de san Pedro 3, 8-14
San Marcos 1, 1-8
Reflexión del Evangelio de hoy
El domingo anterior, el primero del Adviento, se nos invitó a estar alerta ante la venida del Señor, en continua vigilancia. Hoy, en el segundo domingo de Adviento, se nos pide que seamos pacientes y nos preparemos bien para dicha venida. Tiene todo su sentido, porque no hay más que salir de casa para ver cómo las calles y las tiendas llevan varias semanas ya adornadas con luces y motivos navideños. Nos dicen continuamente que ya es Navidad, para que gastemos nuestro dinero disfrutando ahora de estas fiestas.
¿Pero qué Navidad nos anuncian los centros comerciales? Pues una Navidad vacía y superficial en la que se nos ofrecen comidas, bebidas, regalos y fiestas que poco o nada tienen que ver con la venida del Señor. Todo está pensado para complacer al yo caprichoso que todos llevamos dentro y que tanto disfruta dejándose llevar por la frivolidad y la disipación. Es cierto que es bueno disfrutar de la fiesta, pero en su justa medida y en el momento oportuno. Y el Adviento no es tiempo de fiesta, sino de preparación para celebrar el nacimiento del Señor.
Los sociólogos llevan años indicando que la sociedad ha convertido la Navidad en una gran fiesta pagana, tal y como era en su origen, en tiempos del Imperio Romano, antes de que la Iglesia la cristianizase y la llenase de sentido. En efecto, desde la televisión y los escaparates de la calle se nos anima insistentemente a paganizar la Navidad. Sin embargo, sabemos que ésta es una de las fiestas cristianas más importantes y, sin lugar a dudas, la más entrañable.
Por eso las lecturas que acabamos de escuchar nos mueven a esperar la venida del Señor. En lugar de dejarnos llevar por los anuncios comerciales que nos incitan a disfrutar ahora mismo de la fiesta navideña, la Palabra de Dios nos pide que seamos pacientes y nos preparemos convenientemente para poder experimentar la verdadera Navidad, en la que celebraremos el nacimiento del Niño Jesús entre nosotros y dentro de nuestro corazón.
Efectivamente, la verdadera Navidad, la cristiana, no tiene nada de frívola y superficial, pues afecta a lo más hondo de nuestra persona y al núcleo central de nuestra familia y nuestra comunidad. Es una fiesta llena de amor, cariño y ternura. Pero para que sea así, es preciso no precipitarse celebrando por adelantado esta fiesta, sino que debemos prepararnos interiormente para que dentro de dos semanas podamos experimentar el nacimiento del Niño Jesús. Entonces la Navidad sí será una verdadera fiesta, llena de sentido, porque la disfrutaremos en lo profundo de nuestro corazón y podremos compartir esa alegría con nuestros familiares y con nuestra comunidad cristiana.
¿Y cómo debemos prepararnos para celebrar, de verdad, la Navidad? Las tres lecturas que hemos escuchado nos hablan de la purificación interior. Por eso la Iglesia nos ofrece el tiempo de Adviento, para que realicemos un profundo examen de conciencia que nos ayude a poner ante nuestra mirada y, sobre todo, ante Dios, todo aquello que no está bien en nuestro interior.
El Adviento es un tiempo de recogernos interiormente, de entrar en nuestro «desierto» interior, en ese lugar íntimo y privado donde el Espíritu Santo está presente dentro de nosotros, y dejar que Él nos ayude a descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que debemos cambiar: nuestras envidias y rencores, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas costumbres y todo aquello que nos separa de Dios y de las personas, y que, en definitiva, es perjudicial para nuestra vida, pues nos encamina a la amargura y la tristeza.
Y todo ese mal que descubramos en nuestro interior, debemos confesarlo en el sacramento de la Reconciliación, para que el Espíritu Santo nos limpie y purifique. Así quedaremos plenamente consolados. De ahí que Dios, por medio de Isaías, proclame en la Eucaristía de hoy: «Consolad, consolad a mi pueblo». Y, siguiendo esa llamada, las parroquias ofrecen en el tiempo de Adviento una celebración penitencial.
Además, el examen de conciencia y el sacramento de la Reconciliación nos van a ayudar a reconocer nuestra imperfección y pequeñez, y así creceremos en humildad. Pensemos que, cuando llegue la Noche Buena, escucharemos cómo el ángel anunció el nacimiento del Señor a los humildes pastores que dormían al raso. No se lo anunció a Herodes, que disfrutaba orgullosamente de su suntuoso palacio.
En efecto, en lugar de distraernos celebrando anticipadamente la fiesta de Navidad que ahora nos ofrecen los centros comerciales y los medios de comunicación, seamos pacientes y centrémonos en lo importante: nuestra preparación para la venida del Señor. Así llegaremos a la verdadera Navidad con un corazón purificado y humilde, y no como el orgulloso Herodes, que no sólo no experimentó el nacimiento del Señor, sino que hizo todo lo posible para matarlo. Porque pocas cosas hay más amargas que, al llegar el 25 de diciembre, ver cómo los demás experimentan alegremente la Navidad, mientras nosotros tenemos el corazón triste y apagado, porque no sentimos el amor del Hijo de Dios.
En conclusión, no nos adelantemos, seamos pacientes. Preparémonos interiormente para experimentar el nacimiento del Señor. De este modo, cuando celebremos la Navidad, haremos realidad lo que hemos orado al proclamar el salmo: experimentaremos la paz y la justicia, la misericordia y la fidelidad, la salvación y la gloria del Hijo de Dios, pues Él nacerá en nuestro humilde y limpio corazón.
¿Estoy dispuesto a esperar pacientemente a que llegue la auténtica Navidad? ¿Voy a prepararme interiormente para experimentar el nacimiento del Niño Jesús en mi corazón, junto a mi familia y mi comunidad? ¿Soy consciente de que lo más importante de la Navidad son el amor y la humildad?