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*Nicolás Ramos Gómez
Para justificar su cargo, los muy elegantes presidentes de las centrales obreras, al finalizar el año piden el aumento del salario mínimo que ganan solo los trabajadores de las empresas formales. ¿Pero, por qué lo llamamos el haraquiri? Por una simple razón: en el mes de enero en el país todos anuncian un crecimiento en sus precios de no menos del 10% por la razón del aumento del salario mínimo. Es decir, no solo se borra el aumento, se incrementa la inflación.
En otras palabras, es un verdadero harakiri (seppuku) para quienes dicen representar y para el resto de los colombianos y un fomento de la inflación, que significa la desvalorización del peso. No olvidemos que al final de la Segunda Guerra Mundial el peso estaba a la par del dólar y hoy el precio de un dólar ronda por los $3.500 devaluados pesos.
Es igual al caso de los miembros de FECODE, quienes piden permanentemente aumentos para los maestros, pues es bien justo que estén bien remunerados pero la calidad de la educación pública en Colombia, según los estudios, es cada día de menor calidad.
Cuando quien desempeña una función o trabajo no puede ser evaluado, la calidad de su trabajo no se puede corregir o calificar.
Nunca podemos olvidar, como país, que la única manera para superar o abandonar el subdesarrollo y la pobreza es con una educación de calidad y esta solo se logra con el estudio serio, la exigencia del aprendizaje además de los conocimientos y la calidad del maestro.
Es bien sabida la exigencia en los estudios en los países con altos ingresos o desarrollados. Obtener un título allá requiere comprobar plenamente lo aprendido. Sin calidad en la educación a todos los niveles nunca abandonaremos el subdesarrollo. Por algo decían los abuelos que la letra con sangre entra y también que no es imposible aprender por ósmosis solo con el libro debajo del brazo, para no volver a la fábula de la cantadora cigarra.