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El Jodario
Por Gustavo Alvarez Gardeazabal
En Colombia una forma de insultar es decirle “indio” a alguien, se acepta como sinónimo de borracho, bruto o pendenciero.
En México, usted le dice a alguien indio o azteca y se siente orgulloso. Muchos se ponen la mano en el pecho. No les estorba el origen. En el Perú y Bolivia es más grande aún, hasta de Presidente tienen a Evo. En el Ecuador y Guatemala, igual.
En Colombia, no. Una forma de insultar es decirle ‘indio’ a alguien y el lenguaje popular los ha convertido en sinónimos de borrachos, brutos y pendencieros. Tanto es así, que los racistas de Bogotá, Medellín, Cali y Cartagena terminaron por llamarlos ‘indígenas’ para mermarle a la connotación.
En Colombia no hubo imperio precolombino. Eran 120 o más tribus. Por eso, tal vez, la nación indígena actual no hace parte de la nación colombiana. Ellos, en algunas regiones donde sobreviven unidos, tienen sus gobernadores, su guardia armada de palos, su justicia, sus cepos y nos miran como si fuéramos de otra parte.
Los del Cauca, que se han agrupado, son los que reclaman ahora las tierras que habitaban sus antepasados y los españoles les quitaron. Los descendientes de los chibchas, muiscas, nutibaes o pijaos no hacen lo mismo. En la sabana de Bogotá o en el Tolima, entendieron en su aniquilamiento que existe otra nación, la colombiana, y se adaptaron resignadamente a ella.
El hecho de que la nieta del presidente Valencia y de Mario Laserna, la senadora Paloma, haya predicado que se oficialice esa división, no lo entendieron en donde el racismo aplastó la divergencia. Pero en Inzá y en Toribio y sobre todo en Popayán, donde aprendieron a convivir indios y blancos, creen que no por uribista la Paloma Valencia ha puesto encima un tema que debe discutirse con menos pasión y más cabeza.
@eljodario