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Tal vez el gesto más característico de los caleños, no sé si de los colombianos, sea el de voltear a mirar el culo a la mujer que pasa. Gesto inmortalizado en un cortometraje del que hoy no recuerdo el nombre, el ojo hambriado del caleño es legendario, somos costeños sin mar y sin burra. Gritaba un amigo en estos días en medio de una borrachera.
‘Mamacita’, ‘Sabroso mamí’. ‘Quien se le murió yo se lo entierro’, ‘Quien fuera mantequilla para derretirse en tu arepa’ Son cosas que el caleño muchas veces no necesita decir, porque su mirada, mezcla de retraso mental, morbosidad y dolor de cuello, les dejan bien claras las intenciones a las damas que se la encuentran en los andenes, en los buses, en todas partes.
Cruzas la calle, entras en el MIO, caminas por el centro. El cendal de piropos que escuchan las mujeres no tiene comparación con las miradas. Lo sé porque yo mismo, víctima de quien sabe que patología propia de estas tierras no puedo resistirme a mirarlas con ese gesto que me avergüenza en el rostro y un poco de saliva en la camisa.
Esto señoras y señores, es el primer paso al acoso, no nos digamos mentiras. Detrás de cada mirón está un desequilibrio, algo roto que viene en el paquete cultural de Cali para todos sus hijos. El acoso sexual es nombrado en las leyes y tratados internacionales de derechos humanos como un tipo de violencia hacia la mujer, misma que se ejerce como una manifestación de las relaciones de poder históricamente dispares entre hombres y mujeres. Y a veces ensalzadas por la cultura o el mercado, que ahora define la cultura. Aunque hay quienes critican la postura en cuanto a los silbidos y ‘piropos’ [cosa evidente y molesta], la realidad es que nuestras mujeres, sufren también el rigor de nuestras miradas.
Erradicar el acoso en las calles es una tarea larga, llena de desalentadores retrocesos. Pero eliminar de la mirada masculina el gesto del acoso es una labor titánica. Si la mirada es el espejo de “el alma”, la expresión profunda de lo que somos, entonces algo parece estar mal en lo que somos, tanto hombres como mujeres en Cali. Los dos géneros, sí. Por qué en ambos se encuentra el mismo rasgo cultural del que hablamos.
¡Hollaback! Señalando el problema.
El movimiento Hollaback aparece precisamente por lo difícil que resulta actuar contra el abuso en las calles. Se trata de un grupo que inició su campaña en Estados Unidos, ha sido impulsado por activistas alrededor del mundo y a la fecha ha llegado a 45 ciudades, 16 países, en 9 idiomas diferentes, según consigna su página web.
A través de las redes sociales y de su propia página web, las mujeres cuentan con un medio para denunciar, aunque no propiamente ante la ley. Allí se cuentan las historias de 'acoso callejero' y además se realiza un mapeo para incluir los lugares donde ocurren los abusos.
¿Cuál es la importancia de un movimiento así?
Para dimensionarlo basta ver las cifras sobre acoso en espacios públicos, incluyendo el transporte, que se muestran el en la página Stop Streer Harassment, dónde dice que el 95% de las mujeres han sufrido desde miradas, palabras, hasta manoseos.
El acoso callejero incluye una o varias de las siguientes situaciones: Miradas lascivas, silbidos, bocinazos, besos robados; o más insultantes como: señas o gestos vulgares, comentarios sexuales, acecho, masturbación en público y contacto sexual.
En Hollaback AtréveteDF, en Mexico, su directora Gabriela Amancaya cuenta que los casos más compartidos corresponden a abuso verbal y miradas lascivas, seguido por tocamientos. Lo mismo responden en Hollaback Atrévete Bogotá; Marcela Gómez, María Lujan Tubio y Nathalie Murcia, quienes mantienen el sitio web de esa ciudad, y explican que el “acoso verbal”, el de los piropos, “es el más naturalizado y es común que si la mujer se queja de esta clase de acoso sea menospreciada por muchas personas”.
En Bogotá se organizaron el pasado noviembre. Se mantienen el sitio web y las redes sociales con voluntarios. Desde Atrévete Bogotá cuentan que si necesitan recursos los obtienen de ellas mismas o “de quienes nos quieran colaborar (padres, amigos, hermanos, esposos, etc)”.
El piropo implica una infracción, supone romper con las normas de la decencia, pero tiene el objetivo de provocar la sonrisa en quien lo recibe. Así se hace la separación entre lo que sería un piropo y una grosería, donde el límite se traspasa cuando la otra parte lo sanciona. Lamentablemente las miradas no pueden pensarse de esta forma.
La violencia que encierra la mirada que hemos puesto sobre nuestras mujeres en las calles no pretende una sonrisa, sólo expresa ciegamente la forma en que las consideramos objetos.