Procedimientos ÚTILES para arruinar palabras

Por Redaccion. el Sáb, 19/05/2012 - 8:10pm
Los héroes de nuestra niñez fueron mutilados, desprestigiados o acusados de pederastia,
los que sobrevivieron han caído en el consumo de barbitúricos o sacol
 nos los encontramos con poses amables pero patéticas en los semáforos de nuestras pequeñas ciudades,
ofreciendo con sus manos sin dedos hostigantes golosinas con sabor a fresa, coco o menta.
 Samuel Ele – Mapa para daltónicos, cap. 3

 

Sospechar ingenio en el gesto del artista que persigue una vida desgraciada es un error de observación. Esa fotografía mal tomada podría hacer pasar el desengaño o la pesadumbre por un movimiento consciente, ejercicio de la plena voluntad del ciudadano con papeles al día. Terminarían echando este cuento: había un hombre que había decidido pasársela precipitando las semanas en días y haciendo de las horas un telegrama que llega en ruso a manos de un pulpo mudo. La clase de tipo que se aficiona a este tipo de historias corre el peligro de creerse perseguido, incomprendido o mártir. La matemática nos anuncia que no se sufre una desgracia sino es para sufrirla. Eso es todo. Otras versiones más románticas o degeneradas están erradas por exageradas o por melindrosas. Si bien es cierto que la atracción embrutecida del adolescente por el desastre es una condición fascinante que puede perdurar hasta la lejana adultez, una mirada enternecida que se fija en la carta de despido es la conducta inequívoca de un desquiciado. Respecto a las malas pasadas se puede ser ingenuo pero no tierno. Si alguien acaricia sus cicatrices, demándelo por acoso; si alguien elogia su labio leporino, demándelo por calumnia; si algún apiadado se ofrece a empujar su silla de ruedas en los semáforos, demándelo por secuestro simple.

            En estos calendarios la infelicidad dejó de ser una posesión poética, devaluándose al punto de congelación, correctivo para out-siders y corredores de bolsa que nunca entendieron el black jack. Hay que tener en cuenta que siempre se ha tenido sobreestimado al pecado, somos demasiado jóvenes para ser pesimistas, somos tan jóvenes que 124 años dándole vueltas a la ciudad en un taxi rosado no nos harían viejos. El mundo de los hombres con cinco dedos nos deja siempre a la mano las más esmeradas ediciones de la vanguardia neuro-lingüística. A ver, repita: pifia, desplome. Ahora, deshiláchese las cuerdas vocales con las expresiones desgracia, calamidad ytragedia. ¿Ahora siente como se acumula la sangre en su hemisferio zurdo? No se confíe, el lunes a la tarde algún colega le pedirá consejo; usted, por compensación, no podrá comunicarle nada. Usté le ha dado otro valor a las palabras.

Como ve, tantas palabras para referirse a la catástrofe y sus derivadas. Tan sólo una para cosas como  amar o felicidad (no se le ocurra pensar que alegría o bienestar servirían, no, por favor no lo haga). En Madrid aseguran que todo empezó mal desde la estructuración del idioma. La R.A.E considera al amor una insuficiencia y la palabra misma ha cultivado enemigos en hermandades de matemáticos y en jaurías de metaleros perfumados con jabón azul. Contra toda lógica no la han sacado del diccionario, es sólo un rumor, una conspiración de vascos. El asunto no le compete a las autoridades mundiales de la genética así como jamás se la podría explicar a través del mesmerismo o la metafísica. Las cosas se han dado en su justa medida. No hay de qué quejarse. No hay a quién culpar o sobre quién hacer caer la furia de una venganza.

Nadie tiene la fuerza moral necesaria para maldecir a otro, así las cosas podrán a usted matarlo pero no maldecirlo. Sí ve, las cosas no son tan malas. Nada tiene usted que perder más que sus extremidades o los sentidos, y eso, bueno, aléjese de las playas después de un terremoto, evite nacer en democracias inestables, y jamás, ojo, jamás, se suba a tapar las goteras en medio de una fuerte tempestad sino es usted acróbata o inmortal.

            Intente odiar a los hombres y desconozca la existencia de una presencia superior o más antigua que usted. Si no se está para servir a un Dios tampoco se está para servir a los que están hechos a su imagen y semejanza. Tengamos presente que el servilismo puede tomar las formas más sugestivas: como formar alianzas para destruir a un tercero, caso en el cual se estaría sirviendo los intereses de un segundo, así se tenga la ridícula certeza de ser uno el que manipula. Repudiarlos, si bien puede ser en principio gratificante, terminará por convertirse en un lastre ya que, irremediablemente, en algún momento de su vida, usted se va a enamorar de uno de ellos y seguramente va a cometer el pernicioso acto de la reproducción. Paso seguido será usted invadido de un fatal sentimiento de culpa y/o compasión (o culpa por la compasión) y tratará de explicar su estado recurriendo a algún oficio supersticioso como la psicología o la prestidigitación. El esclarecimiento de la compasión es demasiado inexacto como para que se pretenda abarcarlo con la palabra o con el pensamiento. Ahora, que si usted cree poder hablar más duro que los astrofísicos y asegura que su pensamiento atraviesa las ideas desde la primera y más descabellada hasta la última y más sofisticada pues hágase a una teclado y regálenos sus ideas sobre La inmensidad, Las leyes que rigen el azar, Quién es el papá de Dios o Cuál es el último número, le aseguro que pasará a la posteridad, sí, en serio.

            Sí, cómo no, imposible dudarlo.

            Inténtelo, vamos, inténtelo.

            Pero antes de hacerlo tenga en cuenta que todos vamos a estar pendientes. Sintaxis, tono, ortografía, ritmo, respiración y credibilidad serán revisados cuadro a cuadro. Fingiremos ignorarlo, sí, probablemente, pero vamos a estar ahí. ¿Aun así se atreve a hablar? Necio. Le recomendaría fijarse antes en los claros ejemplos que nos brindan los presidentes poco carismáticos y los atletas bajos de testosterona. Es mejor que nos regale la claridad de su silencio. No se evalúe, no nos evalúe. Calle. La palabra no debe ser pronunciada. Su ética esquelética no alcanza para ganarse un lugar en la conversación.

            Una vez era usted joven, feliz y desempleado, pero su etapa de desposeído subsidiado pasó, debía pagar sus propia inmundicia, estaba obligado a trabajar para financiar su libertinaje. Ya no tenía dinero para sus cosas. Ahora, que todo ese tiempo que a usted le sobraba entre despertar y dormir debía aprovecharse. Aprovecharse, ¿suena mal, no? Sí, suena mal. Entonces entró usted y se hizo asalariado (prefiere llamarse así porque obrero huele muy feo) y entonces descubrió que ya no le quedaba tiempo para tomarse las cervezas. Fue ahí que, aterrorizado, usted volteó a mirar atrás y constató que la puerta había sido cerrada con llave.

            Bueno, no deje de sonreír, con el dinero ganado podrá usted abastecerse de posesiones que lucir en la oficina. Cómprese ropa nueva, de colores no muy oscuros y hágale un roto a su pantalón, no para posar de hippie o de rico venido a menos, sino para que crean que ha regresado usted de una guerra. Usted sostendrá descaradamente versiones en las que arriesgó su vida en defensa de algo (la patria funciona, cómo no, aunque ahora se trata de ser universal, amarlos a todos y combatir a los que no aman) Complemente con que regresó usted con que luce sendas cicatrices en la espalda, no mutilado, eso le traería inconvenientes a mediano plazo. Será usted un héroe y las buenas señoras lo invitarán a almorzar para que le vean sus hijos descarriados y perezosos. El pan mediático lo calificará de inabarcable para posteriormente hacerse pajas con su tan construida modestia.  Usted declarará que no sabe si es lo suficientemente bueno para aspirar a la gloria. El cielo se pinta con brocha gorda.

            Inténtelo, hombre. Inténtelo.

            Ahora, ya cuenta usted con una buena reputación entre los que saben leer y escribir. Es paso a seguir es buscar un equilibrio entre sus buenas acciones y sus deslices. Refiérase a los de piel oscura como negros, a los desposeídos como pobres, y a los poco agraciados como feos. Repita esas tres palabras: negro, pobre y feo. ¿Se siente mejor? Claro que no, no tiene usted porqué. Le dirán malvado, insensible o fascista. Y tendrán razón, ¿cómo se le ocurre decir ese tipo de cosas? Mejor no diga nada de eso ya que, además, es muy probable que usted pertenezca a una de las tres o a alguna variación (no feo pero sí muy bajito, no negro pero no tan blanco, no pobre pero con mal gusto).

            El pesimismo no se ha devaluado, sólo se ha hecho indivisible. No hay que engañarse, se puede uno topar con esa palabra conversando con un comerciante o con un agente de bolsa muy bien peinado, pero eso sólo significa que algunos todavía planean masacres en cementerios. Créame, nadie quiere ser lactante en la tierra de la mala leche.

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