Los historiadores centralistas poco han contado sobre la participación de la mujer en la gesta libertadora. No solo sobre su actuar como el cuerpo de intendencia de los ejércitos: enfermeras, cocineras, compañeras y todo lo necesario para el avituallamiento de un ejército en campaña sino como jefes o integrantes de las tropas en muchas batallas. En la vallecaucania tenemos el caso de la Batalla de San Juanito y la del Guanábano (Hoy Guanábanal) en donde las mujeres dieron muerte al Gobernador Pedro Domínguez y sus 80 soldados.
Los españoles fusilaron en el país a 46 mujeres y en el Valle del Cauca a Bárbara Montes y Rafaela Denis en Caloto, a María Josefa Costa, Dorotea Castro y su esclava Josefa Conde en Palmira, Carlota Rengifo en Toro y a María del Carmen Olano en Quilichao.
Pero por un concepto machista, solo los hombres figuraban en el actuar político del país y las regiones, pero detrás de ellos estaban las madres que sostenían el hogar, criaban los hijos y cuidaban la hacienda.
La llamada liberación femenina se inició después de la Primera Guerra Mundial cuando los hombres estaban en el frente y fueron las mujeres quienes acometieron la fabricación de las armas y la producción de lo necesario para el abasto de los ejércitos y la alimentación de las ciudades.
Hoy en Colombia vemos como la mujer, sin abandonar sus deberes de madre, participa de la dirección del país, ocupa ministerios, gobernaciones, alcaldías y cuerpos colegiados, forma parte de las fuerzas armadas y de policía y en las universidades son mayoría.
En Santiago de Cali su labor es más que evidente y sería largo enumerarlas porque podríamos caer en el error de no nombrar a todas las que con su actuar han contribuido a transformar la ciudad. Quizás la pionera sería la Madre Eufemia Caicedo Roa, fundadora del Club Noel. Tampoco podemos pasar por alto las religiosas que como las Vicentinas o Hermanas de la Caridad iniciaron la educación femenina en Santiago de Cali en su Convento de la Carrera 9ª. Con Calle 11, donde después se construyó el Hotel Aristi.
El lema de la historia es “veritas ante omnia” y ello nos obliga a reescribir muchas páginas de nuestra historia.